¿Quién es uno para desmentir las ganas de Jorge González de despedirse tocando en vivo? ¿Cuánto reporteo hay detrás de los innecesarios escritos que apuntan que Jorge no quiere dejar de tocar? ¿Quién es uno para definir si es momento o no de un artista para decir adiós?
Partamos por revivir la -triste- escena. El animador de la Cumbre del Rock sin comprender el momento de retiro del padre del rock chileno, clamando que Jorge no se vaya. Disfrazando el Estadio Nacional en que supo reunirse con Los Prisioneros el 2001 en una Quinta Vergara del mall chino, un remedo del recinto viñamarino. Disfrazando sus ansias de estelaridad de emoción e incluso ofreciéndole hablar al ex líder de Los Prisioneros. El wanna be Jared Leto local fue, quizás, uno de los puntos que quedarán en el recuerdo manchando un momento que por más que se intente discutir, asoma como histórico. Por lo mismo apena la falta de pulcritud en aquella ejecución.
Ahora, ¿se puede discutir sobre lo necesario o no del show de González? Escéptico, hace cerca de un mes, fui al Liguria a la entrega de los tres discos de oro que recibió el de San Miguel. Pensé que lo iba a ver tocando una vez más, que iba a estar más recuperado o por lo menos que iba a hacer solo el anuncio de un nuevo disco. Me equivoqué. Jorge González anunció su retiro de los escenarios, no a un solo medio, sino a cada uno de los asistentes al clásico bar de Providencia, como intenté quedara reflejado en esta crónica que tuve la suerte de escribir para La Tercera.
Uno a uno los medios guardaron la cara, el tono y la dureza de Jorge para decir con fuerza, como siempre, que no estaba interesado en seguir tocando post Cumbre. El propio cantante fue quien le dijo a Claudio Vergara, periodista de La Tercera, que de ahora en adelante se dedicará a hacer cosas que no lo hastíen como las selfies que le pide la gente o tocar, actividad que disfrutaba cada día menos. Jorge solo quiere intentar escribir su autobiografía y quienes han demostrado respeto por sus lectores se han preocupado de informarse al respecto antes de poner en duda siquiera la legitimidad de haber dado su último concierto. Era cosa de googlear, pues lo anunció en todos los medios. Así lo siguen señalando todos sus cercanos, tanto los de su círculo familiar como lo que queda del profesional. Estén o no de acuerdo con la idea.
Si es emocionante o conmovedor que lo haga, supongo que como haría cualquier persona prudente, es mejor dejarlo para el espectador y el propio artista.
Dejé de ver a Jorge González luego del “Nada es Para Siempre” en el Movistar Arena, 2015. Comprendí que él iba a volver a tocar no solo ahí, sino donde pudiera porque es Jorge González. Como se ha escrito, los últimos conciertos que ha dado y en particular esta visita al Estadio Nacional, no solo representan una buena oportunidad de entregarle galvanos o someterlo a presiones, sino la chance de que se haga su voluntad, que doy fe que era tocar una última vez en un escenario repleto. Jorge quería un último acto de rebeldía. Esta vez frente a la muerte y las secuelas de una tragedia tan triste como es un ACV con secuelas de aquellos grados.
Ni siquiera da para entrar en debates acalorados sobre el género musical de la Cumbre o respuestas tan absurdas como aludir a criterios de género, ya más cercanas a proclamas de fanáticos religiosos gritando un domingo en una plaza, megáfono mediante, cual es el camino correcto y conminando a los pecadores a resarcirse de sus pecados, ojalá de la forma más dolorosa posible.
Jorge González no merece la precaria organización de la Cumbre, pero tampoco que se le trate como si fuera una marioneta de su manager o un sobreprotegido de su familia. Jorge González es el músico popular más importante que ha parido esta patria y merece despedirse cuándo, cómo y dónde quiera, le moleste a quien le moleste.