Jorge González y la historia de Tren al sur: “Nadie la tocó por seis meses, la indiferencia fue generalizada”

Durante 2004, la extinta página oficial de Los Prisioneros publicó varias columnas bajo el rótulo de “El Experto”. En ellas, Jorge González escribió largo y tendido sobre diferentes tópicos como las influencias de la banda o el proceso de grabación o composición de algunos de los grandes éxitos del grupo.

Un año después de la segunda salida de Claudio Narea del trío, González habla sin ningún tipo de limitantes de la época en que grabó “Corazones” y las sensaciones que tuvo en esos primeros meses tras el lanzamiento. Su columna, en todo caso, se centra en la historia técnica de “Tren al sur”, el primer single de un disco que ahora celebra tres décadas.


En 1989 el grupo pasaba por un difícil momento. A pesar de varios años de éxito ascendiente la plata nunca estaba y era difícil conseguir actuaciones. El boom del “rock latino” en Chile había pasado y, a pesar de ser muy pero muy famosos en varios países vecinos al final de cada gira la repartija de billetes era siempre decepcionante.

Veníamos de “La Cultura de la Basura” ,que estaba descuidadamente producido y con un control de calidad en cuanto a letras mucho menos exigente que los 2 discos anteriores, así que o hacíamos un nuevo álbum increíble o nos poníamos a buscar pega en el diario.

Alegremente me encerré a hacer demos, una de mis actividades favoritas y creo que compuse como diecinueve canciones decentes. De algunas como “Por amarte” o “Tren al Sur” realicé hasta tres versiones distintas buscando el ambiente y la forma perfectas. Otras al primer boceto ya sonaban o definitivas o inservibles. La influencia mas drástica para esos temas la tuve en Bogotá, una tarde de 1988 en la que Carlos me mostró unos discos de “Acid House” que compró en Francia y me volaron la cabeza. Loco… solamente una caja de ritmos y una secuencia torcida de bajo Roland 303 que se matizaban con alguna voz demente. Nunca escuché , ni volvería a hacerlo, algo tan extremadamente original y energizante. Desde esos parlantitos negros chicos la hipnosis me tiraba para adentro y quise hacer algo así con voces y cantos alrededor. Para mi el acid house estaba hecho con los mismos elementos que los remixes de Depeche Mode mas cerrados: “People are people”, por ejemplo, y me escondían un misterio valioso y brillante en la onda de “Blue Monday” de New Order, a lo mejor uno de los singles mas perfectos de la historia .

Al volver al bajón que suponía dejar Colombia (lo pasábamos increíble en esos días), empecé a trabajar en el living de mi casa de Beaucheff, que esos días arrendaba por algo así como veinte lucas al mes, en secuencias y melodías vía midi. Tenía un PC que le compramos al Coty (Aboitiz), que tocaba en La Ley, y era uno de esos primeros modelos con pantalla verdosa que almacenaba información en Diskettes de cartón, algo muy mezquino y de poco fiar. El programa se llamaba Voyetra y andaba con el sistema operativo DOS. Los sintetizadores eran 3 Casio CZ ,un 101, un 1000 y un 5000, los mismos que usé en el “Pateando Piedras”. El sampler era el EMU EMAX y la guitarra una FENDER LEAD que años mas tarde donaría a una subasta para hacer casas de emergencia (en esa subasta Marcelo Ríos donó una raqueta pero un copuchento me dijo que el Ángel Parra no se animó a desprenderse de los preciados pantalones de cebra que lucía tocando con Los Tres, que recordemos, eran cuatro).

A un costado de la escalera descansaba el bajo Yamaha Motion B sin que se le encontrara mucho trabajo que hacer. La mesa de mezcla era un artefacto horrible lleno de ruido y muy pesado cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y todo se registraba en una vil radiocassette con entrada de línea .En Beaucheff vivía solo y hacía música casi todo el día acompañado de Robin, un gatito gris que trataba de cazar los cables como a su cola, pero con éxito.

Afuera de las ventanas el Parque O´higgins era pura primavera y la estación central quedaba caminando un ratito largo y agradable, con músicas de todas partes y juguetes para llevar de regalo. Se sentía llegar una nueva época para Santiago, una época mas Almodovar, con Los Fiskales Ad-hoc y Anachena, Los Electrodomésticos creando un promisorio tercer álbum que nunca salió y la música antigua de Raphael de España, Salvatore Adamo, Nicola Di Bari, Camilo Sesto y Jeannetem  soundclasheando despreocupadamente con Phuture, Maurice y su crossover “This is Acid”, que compré en la zona rosa de México D.F., Gabinete Caligari , Los Hombres G, Los Toreros Muertos y las baladas que acaparaban la radio en ese año.

Gypsy Kings, Mory Kanté y esa canción increíble que fue la “Lambada” representaban un fenómeno de música de baile “mundial” y yo quería que el próximo disco nos uniera a esas fiestas. El motivo musical, la línea de sintetizador, la “llamada” de “Tren al Sur” apareció vagamente de mal entender una melodía de “Touched by the hand of god” de New Order y me senté algunas horas en la cama a hacer acordes y murmurar melodías, sin hallar nunca un coro.

Quería que esta idea de canción, que sonaba débil y modesta se saliera con la suya y participara aunque fuera como relleno en el cuarto disco. Las palabras cambiaron varias veces ,al comienzo sin historia hasta dar con el “siete y media en la mañana” que afirmó el viaje. Para hacer demos en algo más fiel arrendamos “Konstantinopla”, el estudio que Charles (Carlos) Cabezas tenía en la calle Domeyko, justo al frente de la abuelita de este pan de Dios que es el Alvaro España.

Grabé en ese lugar varias versiones de la canción. Quería que al final se fragmentaran los instrumentos y llegaran a varios lugares distintos, con distintas suertes. Mostré mi pega a los demás. A Carlos y a Miguel les encantó, les pareció un buen comienzo, un sonido original, una guía. Al colega que tocaba la guitarra en esa época le pareció, junto a casi todas mis nuevas canciones, una mugre. En todo caso eran las únicas canciones nuevas que Los Prisioneros tenían y necesitábamos urgente un nuevo disco, así que seguí para adelante, mejorando los arreglos y enderezando las letras.

Julio Sáenz, que en paz descanse, en una de sus frecuentes visionarias ideas nos contactó con Gustavo Santaolalla como una posibilidad de incorporar, por primera vez, un productor externo. Los tres primeros álbums los tuve que producir, sin experiencia ni conocimiento teórico, yo. Julio nos había firmado en nuestros comienzos en EMI y de su mano surgió buena parte del boom del rock latino en Chile, con toda la pequeña revolución en ventas que trajo. Y esta vez también fue preciso, la conexión con Gustavo fue casi exacta: su álbum favorito de Los Beatles es “Revolver”. El mío es “Rubber Soul” y vía carta escuchó los primeros demos.

Hizo por teléfono sugerencias, comentarios, estímulos y luego viajé, por primera vez, a Los Ángeles a trabajar y conocí E.E.U.U. de la manera más real e incómoda, sin un peso en los bolsillos. Gustavo y su socio Aníbal me trataron como a un hermano y laburando con calma pero mojando la camiseta y corriendo a cada pelota como buenos argentinos le dieron una dimensión y un peso a nuestra música que no conocía, una suavidad en los bordes y verdaderas bolas en los bajos.

Gus grabó mis voces con esmero y detalle, enfocando las historias, logrando doblajes gruesos y endulzando los coros. Surgió la posibilidad de integrar un coro femenino. Mi única aprensión era que sonara “Soul”, en la onda grupo de rock latinoamericano copiando a artista blanco que le copió a artista negro, así tipo oooouhhh yeahhh… tan trucho y forzado como de moda en esos días. Pero no, Isela Sotelo le dio un aire de música popular mexicano perfecto a la canción.

Para mí la más brillante idea de los muchachos fue aminorar el tempo gradualmente y llevar la canción a una estación de tren llena de niebla y fantasmas. Eso convirtió, para mi, Tren al Sur en un single…¿Cómo un recurso tan anti-radio como cambiar el tempo elevó el caché comercial de este tema ya raro?. Sobre el sonido de EMAX que programé para la llamada se agregó una flauta irlandesa y Gus tocó charango y guitarra acústica. Aníbal, en conjunción con mi solo de guitarra, agregó un romántico acordeón: la historia era la de 2 cieguitos que suben al tren y tocan guitarra y acordeón. Sólo uno de ellos es verdaderamente ciego pero ellos no saben cuál es.

Mis secuencias fueron transferidas de Voyetra a Performer, que en el mac de los guías controlaba módulos oberheim, una Roland 909, mi Casio adorado, un sámpler Akai y varios módulos de la época romántica del midi. El trackeo sucedió en Mad Dog Studios, cerca de la playa. Tenía un pequeño viático que me pasó EMI pero el taxi se lo comía. El mix lo hizo Tony Peluso en The Enterprise y, la verdad, me emocioné mucho con el agresivo aunque dulce sonido que sus manos de seda esculpían. La manera en que el charanguito flota, los sabios y discretos delays del hit hat, el gate y compresión de bajo y caja. El cromo de las voces… Quedó de lujo y se marcó pronto como el primer single. Bueno, vuelta al bajón, la realidad.

Se me acabó completamente la plata y tuve que volver a la casa de mis padres. Ya tenía como 25 años y me daba un poco de vergüenza pero no tanta. Mi mamá y mi papá se portaron conmigo con el respeto y el aliento de siempre. En la sala de ensayo empezamos a ensayar estas canciones, tuvimos dos sesiones y no sonaban nada de mal hasta que un día el guitarra no llegó. A la hora de atraso llamó y dijo que no podía seguir en el grupo. El infantil rollo sentimental que nos separó como amigos era demasiado para soportar y fue un alivio.

Nos quedamos de nuevo Miguel y yo, solos. Hablé con mi amiga Cecilia y le pedí que se convirtiera en nuestra tecladista. “Pero yo no sé tocar”, me dijo. “Aprende”, le sugerí. Y eso hizo, encerrándose horas y horas a sacar las partes, con el empeño y la dedicación que hace rato le faltaba a esta banda. Como es doctora y bailaba ballet yo tenía claro que disciplina no le faltaba.

De a poco sonábamos nada mal y había mucha fe en el disco: lo bautizamos “Corazones” y estaba claro que era un monstruo como nunca tuvimos antes. Miguel tomó todo por las riendas y sacó adelante la banda en ensayos y giras, endeudándonos en varios millones para equiparnos y salir a tocar. Tren al Sur salió a las radios a principios de 1990 ante la indiferencia generalizada: casi nadie lo tocó por largos seis meses.

El guitarrista que se fue por líos de faldas decidió que su verdadera historia no era la mas honrosa de contar y se largó a dar entrevistas creando un cuento heroico perfecto para tirarnos para abajo como sea. Muchos periodistas saltaron felices de tener material sólido y de creíble fuente para por fin ver en el suelo a los altaneros y exitosos Prisioneors, que se habían dado el lujo de triunfar a pesar de la oposición de todo el medio oficial.

“Me fui de la banda por que el espíritu de lucha social se deterioró”, inventaba sin ponerse colorado nuestro ex amigo. “Ellos se han corrompido por todo el dinero que tienen y yo no podía soportar mas este engaño a nuestro amado público”, lloraba con el estímulo de inescrupulosos “comunicadores” que celebraban este giro favorable del destino. Era curioso aparecer en los diarios como un millonario vendido al sistema mientras aceptaba las lucas que mi padre me podía pasar para ir -en Metro- a dar entrevistas en las que me defendía como podía pero sin poder decir -por pudor- la verdad de la ida de este ex socio.

Evidentemente esta propaganda no ayudaba precisamente a que la canción sonara. Igual, tener todo en contra no era una situación muy novedosa para nosotros. Hicimos una gira donde fue re poca gente pero les movimos el gimnasio y bailaban como locos. Una próxima gira llevó mas público y lo que afianzó la canción fue un hermoso video dirigido por Cristián Galaz, melancólico y franco. Y Tren al Sur empezó a sonar…

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