Por Enzo SR
Son muchas las narrativas sobre la dictadura. Como latinoamericanos, en general, hemos visto como la libertad, la esperanza y las calles han sido arrebatadas de nuestras manos o de quienes nos precedieron. Sin embargo, he de admitir que no tengo mayor conocimiento sobre nuestro propio período dictatorial o el de los países vecinos.
Pese a que he absorbido mucho cine sobre esta temática, diría que mi experiencia más cercana con el régimen fue ver una profesora quebrarse en plena clase ante el recuerdo de su padre desaparecido. De ahí que me mostrara escéptico al momento de ver Aún estoy aquí, no tanto por lo que la película pudiera ofrecerme, sino por mi propia capacidad de conectar con un relato tan íntimo.
La nueva película de Walter Salles, también conocido por la excelsa Ciudad de Dios, es un relato biográfico basado en el texto Ainda estou aqui (2015) escrito por Marcelo Paiva, hijo del exdiputado Rubens Paiva (Selton Mello), quien desapareció durante la Dictadura Militar de Brasil (1964-1985). No es a través de Marcelo, eso sí, que vemos los hechos narrados, sino que adoptamos el punto de vista de su madre: Eunice Paiva (interpretada por Fernanda Torres y Fernanda Montenegro), la cual afronta la búsqueda de su marido al tiempo que sostiene a sus cinco hijos.
La cinta ha recibido una ovación generalizada y múltiples galardones. Asimismo, obtuvo tres nominaciones a los Premios Oscar: mejor película, mejor película extranjera y mejor actriz en un rol principal para Fernanda Torres.
Me costó entrar en Aún estoy aquí. Puede que fuera la anticipación al conflicto, puede que se centraran demasiado en el día a día de los Paiva, pero lo cierto es que el primer acto se siente demasiado largo. El detonante, la aprehensión y posterior desaparición de Rubens, se hace esperar; la película no muestra sus cartas tan rápido. En cambio, se dedica gran parte del metraje a mostrarnos la dicotomía vivida en Río de Janeiro: la persecución política a unos cuantos minutos por la carretera, muy cerca de las playas donde niños y niñas toman el sol o juegan fútbol.
La violencia se vuelve parte del paisaje. Hay un gran énfasis en cómo los personajes viven, disfrutan y bailan entre escándalos políticos y pequeños actos de resistencia. Cuando por fin se hace presente la catástrofe la cinta cambia, mas no demasiado. El salvajismo entra en escena, lo hace pisando fuerte y, sin embargo, no hay planos escabrosos ni una trivialización del abuso por parte de las fuerzas policiales. Pareciera que el foco está ―o siempre estuvo― en otra parte.
No es hasta una pequeña escena, aparentemente intrascendente, que me percato que había conectado bastante con la familia. Una de las niñas Paiva baila con una amiga al son de Jet’ aime… moi non plus, en lo que parece ser una tímida experiencia homosexual, mientras sus padres conversan y las miran desde cerca. La escena se extiende y vemos cómo, pese a todas las dificultades, procuran vivir una vida feliz y normal. Y es que este espíritu persiste a lo largo de los 135 minutos de metraje.
En mi experiencia, la película cobró sentido cuando dejé de ver “una película sobre la dictadura brasileña” y me abrí a ver un drama familiar. Desde este prisma, las miradas, los espacios, las fotos, entre muchas otras cosas, se colman de emoción y encantan al espectador. Respecto a esto, el aclamado director Alfonso Cuarón alaba el trabajo de Salles señalando que “ver una película de Walter Salles es como ser abrazado por la generosidad, es como experimentar una atracción gravitacional, que nos eleva y nos ancla como una fuerza invisible pero innegable”.
Esto se aprecia especialmente en fragmentos de películas caseras durante la cinta, que ofrecen un contrapunto visual respecto a la obra en general. Estas son, en cierta forma, una visión de la nostalgia que está por venir, el cómo los personajes mirarán con añoranza aquellos tiempos más sencillos.
Todos los elementos mencionados en esta reseña se conjugan de manera magistral. Ahora bien, el pegamento que une todas las piezas, así como mi principal motivación para escribir este texto, tiene nombre y apellido: Eunice Paiva, la madre de familia. No hay elogios suficientes para describir el trabajo que han realizado Fernanda Torres y Walter Salles en la ejecución de este personaje.
Eunice es una mujer amorosa, fuerte y sagaz. No obstante, los momentos en que realmente brilla es cuando parece que el agotamiento la va a vencer, cuando pareciera que ya no hay nada más que ofrecer y, aun así, persiste. En ese sentido, la genialidad de Aún estoy aquí reside en saber entender que lo primero y más importante siempre es la emoción, que no hay nada más universal que encontrar a tu madre llorando y que ella finja que no pasa nada. Sí, puede que esta reseña no considere lo político y que otro autor pueda ofrecer una lectura centrada en este aspecto de la obra, pero ―honestamente― para mí es irrelevante.
Un gran filme siempre es mucho más que la suma de sus partes. Además, este texto ni siquiera fue planificado y la razón es bastante simple: todo esto es una excusa para ofrecerte, querido lector, aquella sensación y/o pensamiento final que me dejó esta película. Espero que a ti también te suceda.
“Te quiero, mamá”