“Sonidos de Karmática Resonancia” de Zoé: La catarsis grupal

Zoé es una banda con un currículum que cualquier grupo latinoamericano desearía tener: siete discos de estudio, un MTV Unplugged, giras por todo el continente (una de ellas con Gustavo Cerati y Los Tres) y colaboraciones con grandes músicos como Enrique Bunbury, Vetusta Morla y Nick McCarthy (Franz Ferdinand). Y cuando miramos esto, los mexicanos irrumpen este 2021 con Sonidos de Karmática Resonancia, el cual puede entenderse como un paseo por sus influencias y un reencuentro de la agrupación consigo mismos en el proceso de composición y grabación.

Sonidos de Karmática Resonancia está marcado por la experiencia de la pandemia y sus limitaciones. Apenas cuatro canciones alcanzaron a ser grabadas previo a la llegada del coronavirus, por lo que el resto del trabajo para este disco fue realizado por los cinco integrantes de la banda, sin invitados. Este antecedente es fundamental para entender el disco como un ejercicio de catarsis grupal, un proyecto donde León Larregui entrega más protagonismo a sus compañeros en la composición y eso se nota en el paisaje sonoro que construyeron.

“Popular” abre el disco con un inicio que engancha de inmediato: sintetizadores marcando y la voz de León Larregui en primer plano, sincera y seductora. Con una sonoridad de pop intimista y sintetizada, este track recuerda un poco a los Strokes post-Angles con esa batería cuadradita y los fraseos de sintetizador en varias capas. “Karmadame” está pensada para cantar y bailar, un desplante de fiebre de sábado por la noche entroncado por un bajo adictivo que cambia su forma pero no su posición protagónica en “Velur”, un guiño a New Order y The Cure pero con el habitual encanto de Zoé.

“El Duelo”, un track que crece de la timidez acústica hacia un popurrí de sintetizadores y percusiones que refleja la experiencia de la banda para desarrollar sus canciones hacia horizontes inesperados. “SKR” suena potente, fresca; y la melodía principal es un excelente gancho hasta el estribillo. El final, a modo de coda, cierra una canción que en vivo debe ser de las más coreables. Esta primera parte del disco destaca por su energía pop en ráfagas de sintetizadores y bajos que en encarnaciones que bailan al ritmo del EDM, el post punk o el pop/rock moderno cumplen con su cometido de ser grandes hits muy bien compuestos.

“Canción de cuna para Marte” es poética y psicodélica, tomando prestados recursos que recuerdan a Pink Floyd, en especial la guitarra. “Tepoztlán” sigue la misma tónica de su predecesora, pero apoyada en la calidez de una guitarra acústica que explota su potencial ambiental con un piano y sintetizadores. “Fiebre”, por su parte, hace valer su calidad de sencillo y retoma un poco el pop desarrollado en la primera parte pero le baja una marcha a la intensidad para hacer destacar su ambiente espacial. Este tema es fiel reflejo del increíble trabajo de producción de Craig Silvey (Arcade Fire, The National, Arctic Monkeys), quien también estuvo sentado en los controles para la grabación de Atzlán (2018).

“Ese cuadro no me pinta” es un giro oscuro necesario, ya hacia el final del disco. La percusión tribal y el riff de entrada recuerdan los sombríos recovecos de Joy Division o Bauhaus, así como el ambiente dramático que comunica la tensión de una letra con alto contenido político en el que tratan temas como los gobiernos, el sistema educativo y el mercado. “Bestiario”, el track que pone término al álbum, es un desplante de psicodelia con vibra reggae en el que también se desprenden temáticas de contingencia como la discriminación y la hipocresía de las redes sociales. Esta segunda parte está marcada por un giro hacia un sonido inmersivo, en donde Zoé se carga hacia el uso de guitarras y sintetizadores para desarrollar emociones diferentes: el ensueño, el drama, la tensión, la rabia social.

Sonidos de Karmática Resonancia es un disco de absoluta madurez en la banda, en un momento en que Zoé direccionó sus energías creativas de adentro hacia afuera. La participación de toda la banda en la composición y que solo el núcleo del grupo formara parte de ese proceso enriqueció un disco que no tiene ningún punto bajo. Zoé demuestra moverse cómodamente entre los géneros musicales, sacando a relucir su experiencia en el aprovechamiento de recursos como el sintetizador y diversas percusiones.

Al parecer, esa “aislación” hizo estallar todos los colores y formas que puede ofrecer el conjunto. El trabajo de Silvey en producción no hizo más que fortalecer la propuesta de los mexicanos, poniendo todo en su lugar y sacándole partido al sonido del grupo y la voz de León Larregui que, cabe decir, goza de versatilidad y osadía.

 

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