Arrasadora.
No quedan más palabras para definir lo que pasó anoche con Mon Laferte, no sólo uno de los puntos más altos del certamen en años, sino que también el reconocimiento de una figura que reúne una serie de elementos que definen un fenómeno especial.
La aclamación popular se hizo sentir desde que terminó “Tormento”, la primera canción de un repertorio de diez temas en total que golpearon sin piedad los abrumados corazones de los chilenos, esos que también se humedecieron con las palabras prestadas de Isabel Pantoja. Ese dolor que se traduce en alegría al cantar con el alma frases como “yo se que es mejor que me olvide de tu cara / no quiero nada, nada, nada / y es que soy tan obstinada” o “aún te amo y creo que hasta más que ayer / la hiedra venenosa no te deja ver / me siento mutilada y tan pequeña”. Tan doloroso como cierto, y que en momentos así, sólo se puede reír.
El éxito de las canciones de Mon Laferte está en la emoción propia de nosotros como chilenos. Están impregnadas de esa melancolía que nos hace reír en momentos malos, llorar cuando tenemos que estar eufóricos y que, en términos musicales, hace que canciones tortuosas de Radiohead, Raphael y Juan Gabriel las sepamos más que otras felices melodías de Juan Luis Guerra y The Rolling Stones. Si hasta comenzamos el año con pena con “Un año más” (en la versión que sea), y el disco más popular del pop local sea “Corazones”, la atribulada obra maestra de Jorge González y Los Prisioneros.
Por esto, era natural que alguien que lograra capturar ese dolor en su estado puro tendría éxito. Y Mon Laferte lo consiguió, triunfando luego de un largo camino de búsqueda, cambios de estilos y sufrimientos personales que la llevaron a hacer su trabajo más exitoso a la fecha (Mon Laferte Vol.1, del 2015), un recorrido que se mantendrá en alza por la naturaleza misma de la artista, de un rango tan crossover como Manuel García y Gepe, pero con más repertorio a favor (no olvidar su lado ranchero, género de gran popularidad en nuestro país).
Sólo Los Vásquez podrían vivir algo similar a lo que pasó ayer. Un éxito arrollador que no se veía desde el paso de Joe Vasconcellos en el 2000, una polémica presentación que terminó con la incómoda entrega de una segunda ‘gaviota’ y un tema de bonus, mientras Canal 13 tapaba todo con una extensa tanda comercial.
Un valioso momento histórico que nos dice que no todo está perdido; que la Quinta Vergara aún significa un escenario consagratorio; que la unanimidad aún es posible, en tiempos en que los nichos de los nichos envuelven el nebuloso panorama musical de Chile; y que el premio al talento y el esfuerzo tienen sentido aún en una plataforma así, en el que el trofeo no se acompaña de un frío discurso y rostros complacientes como en los Grammy o en los Pulsar, sino que se escucha con gritos y aplausos.