Aunque la primavera está terminando, nos queda tiempo para florecer. Mon Laferte llega a la Quinta Vergara con Autopoiética Tour en un sábado que reúne expectativa, emoción e intimidad.
Es una jornada convocada, y la templanza de rosas rojas amarradas en moños y cintillos, invitan a seguir el camino de las calles de Viña del Mar, que para las 19:00 horas sigue reuniendo asistentes esperando entrar al recinto. Una vez dentro se entiende todo: en los primeros asientos, acomodados quienes más tarde serán parte de la performance, y el resto de una fanaticada de todas las edades, que se dispone desde ya en las rejas para comenzar a corear “Tenochtitlán”, canción encargada de abrir el show.
Aparece en el escenario una Mon Laferte que hoy corea a la luna desde casa. El público lo sabe, se transforma a cada segundo: llora, baila, sonríe y canta. De eso se trata este momento, a eso nos llama Autopoiética, concepto acuñado en el último álbum del mismo nombre, ganador del Grammy Latino a Mejor Álbum de Música Alternativa, y que hoy nos recibe en Viña del Mar en forma de tour.
Las luces parpadean y se acoplan a una escenografía que enmarca a los músicos y bailarines entre imágenes, gráficas de arte y una gigante estatua que suspira. Siguiendo este concepto visual, suena “Autopoiética”, iniciando una danza que exuda sensualidad. Algunos rostros de un público a colores tienen lugar ahora en la tarima, son escogidos para subir a brillar.
Más tarde en un calor propuesto por el fuego y efectos especiales, se nos adelanta lo que está por venir: Tormento. Aparecen trompetas, percusión, cuerdas y la voz inigualable de una de las referentes más importantes hoy para la escena musical chilena e internacional, la Quinta Vergara recibe con ovación y dicha el retumbe de múltiples corazones.
“Todas íbamos a ser reinas”, citaba a Mistral en su discurso de los Grammy Latinos. Hoy Mon Laferte muta y en una actitud performativa, lleva puesta la corona. Esta tarde está de vuelta en casa, y nos permite bailar con las estrellas.
Con mucha emoción, y pancartas en mano, los coros de galería y las plateas elevan la escena. Un público muy respetuoso, que hoy se dedica a sentir. Llegan entonces “Antes de ti”, “Flaco” y “Mi buen amor”, que hacen sonar los primeros corazones desgarrados.
Estas señas nos recuerdan lo que hace unos años prometía la carrera de Mon Laferte. Hoy sigue siendo eso y más. Influenciada por los clásicos de siempre, estamos por escuchar en un sensual idioma francés, el cover de “La Vie en Rose”, de la maestra Édith Piaf.
Avanzando la tarde, entre apuro y risas, saca una copa de vino acompañada de gritos “al seco”. Es hora de continuar: Monserrat nos cuenta historias, dice sentirse en familia en Viña del Mar. “La primera vez que canté aquí tenía 14 años, en El Festival de la Cebolla”. Todos sonreímos, ¿por qué no?, si queda aún tiempo para llorar.
Uno de los momentos más emotivos de la noche llega en un abrazo a voces altas, Mon invita al escenario a “la persona más talentosa que conozco, me crie con ella, porque crecimos juntas. Es mi hermana Solange, Sol Bustamante”
Suena una guitarra llorona y lo siguiente es química pura: “Pa’ dónde se fue” marca la jornada con una presentación pulcra en potencia, técnica y carisma. El público también lo nota, y como es de esperarse, abre el corazón.
Acercándose la última parte, suena “Amárrame” y “Amor Completo”. Luego cantamos a todo pulmón “Tu falta de querer”.
Después de despedirse y apagar las luces, el público pide “otra”. El show vuelve, y cierra Casta Diva. Una performance a máscaras blancas, que coquetea con el lado más experimental que ofrece Autopoiética, y que ha explotado las capacidades de Mon Laferte no solamente como cantante y compositora, sino también en el espacio de las artes visuales. Ella misma mencionaba hace algún tiempo: “Soy artista, me mueve el deseo de indagar”.
Termina una noche de rosas. Hoy nos reinventamos y resurgimos, pero también nos clavamos las espinas. Cumbia, salsa, neo perreo, los boleros de siempre y una convocatoria que no defraudó y alzó en conjunto una experiencia íntima. Por un ratito en una estrellada Viña del Mar, no existe la soledad, y Mon Laferte seca las lágrimas a la luna.