Caos. Si tuviésemos que definir los últimos 12 meses que han pasado, esa sería una palabra más que adecuada. Pese a esto, entre todo lo negativo que se arrastró desde que el mundo tuvo que aislarse, la industria de la música es algo que ha logrado sobrevivir a través de sus propias y propios protagonistas.
Si hablamos de timing, hubo alguien a quien la pandemia y el encierro le cayeron como anillo al dedo. Luego de estar dos años completos girando, a fines de 2019 Paul McCartney aterrizó en un merecido respiro que lo llevó por fin a establecerse nuevamente en su granja del sur de Inglaterra.
East Sussex contaba otra vez con el más famoso de sus pobladores; y a su vez, McCartney se volvía a encontrar en una rutina de ir y venir al estudio. Tal como lo haría en 1970 con McCartney, el disco debut con el que empezaba a dejar atrás su vida de beatle; y de un modo similar, nueve años más tarde, en pleno quiebre de Wings, con aquel McCartney II de 1980 cargado de sintetizadores que despedía una década y abría otra para el británico.
Ahora, en 2020, el resultado ha sido McCartney III. Un trabajo donde Paul vuelve a explotar su faceta de multinstrumentista en la que se permite jugar y experimentar tal músico con años de carrera por delante; y en el que por otro lado, se escribe una especie de carta a sí mismo que a ratos lo tiene mirando su pasado con nostalgia y melancolía, y en otros saborea un presente (y un futuro) en el que la música sigue siendo su mejor aliada.
A través de 11 canciones, “Macca” se pasea desde el sonido más simple hasta el más rebuscado; por melodías plagadas de colores y otras algo más grises e invernales. Acordes y variaciones que traen de vuelta épocas que no volverán, mientras que otras son pura jovialidad. En algunas se impone una guitarra ruidosa y afilada, o un arpegio calmo y meticuloso; mientras que en otras son los teclados, la batería o el bajo quienes marcan la pauta. Para terminar uniéndose en una maravillosa sinergia.
El disco parte precisamente con una adictiva pieza instrumental que funciona como obertura de lo que vendrá. “Long Tailed Winter Bird”, que iba a nacer como parte de un soundtrack en el que McCartney estaba trabajando, se convirtió en la primera muestra de un nuevo álbum. Así que no es coincidencia que tenga vibras cinematográficas.
Aquella progresión introductoria, da paso a la amistosa “Find My Way”, que si bien es de lo más tradicional, captura lo bien que se lo pasó McCartney componiendo y grabando todo por su cuenta. Y que con versos como “Let me help you out/ Let me be your guide/ I can help you reach/ The love you feel inside (Déjame ayudarte/ Déjame guiarte/ Puedo ayudarte a alcanzar/ El amor que sientes dentro)“, refleja el espíritu del disco y el rol de escape que ha tenido la música en el encierro obligado por la pandemia.
Esta parte inicial del álbum continúa con la meditativas “Pretty Boys” y “Women and Wives”. La primera, una introspectiva reflexión sobre cómo la fama convierte en “objetos de deseo” a quienes la viven; y la segunda, una balada que se detiene en las decisiones que tomamos y la manera en la que estas pueden afectar positiva o negativamente el futuro. Track que es el punto más alto de una primera mitad de disco que prosigue con la bluesera “Lavatory Lil”.
Tras estas cinco sólidas canciones, aunque no demasiado maravillosas, McCartney III sin duda comienza a elevarse con “Deep Deep Feeling”. Una línea de percusión que recuerda a los latidos de un corazón, es la base de un tema en el que el resto de los instrumentos se van agregando, progresiva y alternadamente, en arreglos que se sienten como punzadas auditivas. Ocho minutos y algo más que son quizás lo más ambicioso que ha hecho McCartney durante la última década.
La parada siguiente se trata de “Slidin'”, una pieza hard rock que seguro alguien como Dave Grohl va a adorar. No debería sorprenderle a nadie, viniendo del compositor de “Helter Skelter”; no obstante, aun así es increíble que a sus 78 años McCartney todavía tenga la fuerza de rockear de esta manera. Aunque de todos modos, las aguas se vuelven a calmar gracias a la bellísima “The Kiss of Venus” que trae a la memoria el excelente Chaos and Creation In The Backyard de 2005. Tan solo con su guitarra y una voz desnuda y natural, nos deleitamos con ese Paul más melodioso que contradice a quienes se han atrevido a criticar el estado actual de sus cuerdas vocales.
La especialidad de la casa da paso a “Seize the Day”, que con una intro media Stevie Wonder, trae consigo la canción más positiva de la placa y recuerda por ahí al clásico Flaming Pie, pero que sirve también como un último rastro del Egypt Station que lo trajo a Chile el año pasado. Mientras que el cierre del disco comienza a llegar con “Deep Down”, un track bastante chill y moody que entrega la cara más moderna de un Paul conectado con la actualidad de la música.
Y así como partió, este nuevo larga duración del ex-beatle, se despide con “Winter Bird / When Winter Comes”. Reprise del track inicial, pero que trae del pasado una inédita pieza co-producida junto al mítico George Martin, que a pesar de sus dos décadas de antigüedad y de su sonido casero, es un fin más que ideal.
Paul McCartney hace muchísimo tiempo que no tiene que demostrarle nada a nadie. Con su papel en la banda más importante de la música popular, su etapa como Wings y su constante actividad solista desde 1980, su lugar como el mejor o uno de los mejores compositores vivos de la historia, nunca podría estar en discusión. A esta altura de su trayectoria y de su vida, para los fans y amantes de la música en general, ya es suficiente placer y fortuna el solo hecho de que siga componiendo y compartiendo su arte.
A partir de esa idea es que a McCartney III es muy poco lo que se le puede reprochar y mucho lo que se puede apreciar. Sin ser perfecto, cumple ampliamente no solo como la tercera parte (y tal vez mejor parte) de una trilogía caracterizada por la libertad creativa. Sino que también, y más importante aún, es uno de los trabajos más sólidos y consistentes de un McCartney que desde 1997 no ha publicado nada que no esté a su nivel.
Vuelve a quedar demostrado que el mundo necesita a Paul McCartney mucho más de lo que Paul McCartney necesita al mundo.