Burning down the house: Una radiografía al primer día de Lollapalooza 2018

El día había llegado. Tras siete ediciones del festival estadounidense en la capital, la producción del evento añadió una tercera fecha a Lollapalooza Chile, emulando los grandes espectáculos del primer mundo. Así, por primera vez un día viernes se daba el puntapié inicial a la cita capitalina, obligando al Parque O’Higgins a transgredir las barreras de las cotidianidad en una jornada hábil de trabajo.

A pesar de que este tercer día supondría un relajo en los horarios, no fue así. La misma intensidad que se ha tomado los últimos cuatro años del festival se vivieron ayer, con un día que comenzó a las 12:30 y terminó doce horas más tarde, cuando Pearl Jam, el gran plato de la noche, terminó alargándose quince minutos más de lo programado.

Hasta ahí, todo bien. La gracia de esto siempre ha sido que el recinto viva una dimensión paralela. Pero al volver a la normalidad, saliendo a las avenidas Matta o Beaucheff, la música no está y el caos ya no es soportable. Las calles, el sistema de transporte público, e incluso los privados y algunos más acomodados que tanto figuran durante el festival, colapsan. Y eso, en medio del cansancio de las doce horas, se acumula al triple en este nuevo experimento.

Las doce horas comenzaron temprano, con Como Asesinar a Felipes y Pedropiedra como los primeros jugadores en salir al campo. Un rol en el que ya los habíamos visto en el festival, y en el que cumplieron de buena manera una vez más, en especial el hombre de “Inteligencia dormida”. Entre medio, Fuglar, la desconocida banda con un único EP bajo el brazo, y que adquirió fama por su tecladista y líder Christian Golborne -hijo del ex ministro de Sebastián Piñera y fallido precandidato presidencial, Laurence- debutaba en el Lotus Stage. El escenario “chileno” para artistas de convocatoria más reducida salió del Teatro La Cúpula, para ahora ubicarse al aire libre por una razón que se desconoce.

En un desafortunado choque de horarios, los mexicanos de ZOÉ y los chileno-aztecas de Lanza Internacional debutaron en Lollapalooza, en el Itaú y el Acer Stage, respectivamente. Ambos de públicos similares, tuvieron que batallar por el público en una pelea que ganó la banda de “Soñé”. Mientras, el proyecto de los ex Bunkers que reemplazó a la cancelada Ana Tijoux se vio aislado y con baja presencia a pesar de su solidez. La misma que al menos, han logrado demostrar con éxito en variados eventos nacionales desde noviembre pasado.

A las 4 de la tarde el recinto comienza a llenarse. Los escolares y universitarios ya no son los únicos presentes en el lugar, y los asalariados, recién salidos de la oficina, empiezan a agolparse en el escenario sur para apreciar a la realeza de la música chilena. Los Jaivas, la legendaria banda nacional, comienza a interpretar de manera íntegra su disco cumbre, “Alturas de Machu Picchu” (1981), en un show algo eclipsado por el fuerte sol cancerígeno. Al terminar suman otros éxitos de su carrera al repertorio, incluyendo “Todos juntos”, con la que cierran el espectáculo. Allí, las cabelleras claras y juveniles logran corear y levantar las cámaras de sus teléfonos.

El show siguiente es Milky Chance, el proyecto alemán que mezcla el folk con sonidos electrónicos y urbanos. Cual Teletón, este dúo llega a ocupar el horario “bloque juvenil” que en años anteriores estuvieron artistas como Twenty One Pilots, Bastille o incluso Imagine Dragons. El público, que pareciera -en su mayoría- salido de una universidad de las faldas de la precordillera, responde con entusiasmo al show que le da el ritmo y el beat al Parque O’Higgins. Punto clave es “Stolen Dance”, el gran hit de los germanos que ameniza la sofocación y deshidratación de la hora.

David Byrne. Así, conciso. No necesita más. El escocés-estadounidense, que se hizo famoso por ser la mente clave de los legendarios Talking Heads, brindó una clase magistral de lo que puede ser un espectáculo. En un escenario sur adornado por una cortina hecha de cadenas, repartida por toda la tarima, y una mesa al medio con un cerebro humano encima, el músico apareció de traje gris y descalzo, sin ningún instrumento musical alrededor y con un único micrófono de diadema sobre su cara.

“Everybody’s Coming to My House” y “This Must Be The Place” fueron algunos de los puntos claves de la presentación, con una docena de músicos uniformados al igual que Byrne, y que cual compañía de teatro se movían y bailaban con él por el escenario con instrumentos inalámbricos, en especial los tambores y teclados sostenidos por arneses sobre el cuerpo. Con “Burning Down The House”, penúltima del setlist, la elipse del pulmón verde comenzó a arder despavorida en el tema más alto del show. Inconformes, unos pedían a gritos “Psycho Killer”, el otro gran hit de la banda madre de Byrne. Una solicitud poco esperanzadora: el artista no la toca desde junio del 2005.

Tras el “antes y después en la vida” que Byrne dejó a Lollapalooza, The National vendría a calmar los ánimos antes de los platos fuertes de la noche. Un show fiel a su estilo sobrio y más relajado, que acaparó a gran parte del público del festival. Algo similar a lo que se viviría con LCD Soundystem en el bloque siguiente. El grupo de James Murphy que venía por su segunda vez en el país puso a bailar con sobriedad a la marea humana, que trataba de alejar el frío que llegó a la capital.

Con un show de hora y media, la megabanda que estuvo en receso hasta 2015 mostró un híbrido entre su último disco “American Dream” (2017) y lo mejor de su carrera previo a su separación, siete años atrás. “Daft Punk Is Playing at My House” y “You Wanted a Hit” fueron algunas con que la banda de Murphy movió al público, sin ánimos de conectar con ellos. Al final, con “Dance Yrself Clean” y “All My Friends”, puntos altos del show, la gente ya había decidido retirarse para ver a los siguientes artistas. Lamentable, pero deja a entrever que quizás el espectáculo de LCD Soundsystem sólo funciona al aire libre en festivales del primer mundo. Si hay revancha aquí, que sea en formato arena.

El clímax del día se viviría con Pearl Jam, en su segunda vez en el festival y segundo show en la semana en el país. Tras la jornada vivida el día martes a metros del escenario actual, muchos se repetirían el plato en un concierto más acotado que el anterior. Sin embargo, Eddie Vedder y compañía lograron paralizar el Parque O’Higgins con unas apabullantes dos horas y media de espectáculo, en el que incluso se pasaron por quince minutos más de lo proyectado.

Veinticuatro canciones, incluyendo “Cordoruy”, “Porch” y “State of Love and Trust” junto a los temas clave de su carrera iniciada en el Seattle de 1990, fueron lo que Mike McCready, Jeff Ament, Stone Gossard y Matt Cameron presentaron a ganador en el escenario norte del festival. Como es típico, el show no se limitó solo a la música, sino que también a momentos claves en que Vedder interactuó con el público. Desde los discursos hasta, cual Jesús, dar de beber de su vino al público, el estadounidense se convirtió en el mesías de una fanaticada en la ciudad que más escucha Pearl Jam en el mundo, según Spotify.

No sería de extrañarse que, al igual que en 2013, el show que cerró la noche del viernes termine convirtiéndose en el mejor espectáculo de esta edición. La misma que un día de semana también entregó uno de los conciertos más notables en la historia del festival. Porque David Byrne y Pearl Jam dejaron la vara alta para lo que queda de fin de semana.

 

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