“Colonia” trae dos patas bien separadas: una es la parte documental y de denuncia, donde recrea con detalle y asombroso realismo la vida diaria en Colonia Dignidad, y la otra es la del romance entre Lena (Emma Watson) y Daniel (Daniel Brühl), que sirve de mera excusa para involucrarnos en la primera parte.
Ella es una azafata que aterriza en Chile el 10 de septiembre de 1973, y él un alemán que tras cuatro meses en el país ya es un activo colaborador de la Unidad Popular (de hecho, los dos se reencuentran en medio de una manifestación). Cuando el golpe ocurre, la pareja debe huir del departamento de Daniel y buscar un escondite.
Inevitablemente los dos son detenidos y llevados al Estadio Nacional, donde un soplón a cara cubierta irá identificando a gente involucrada en el gobierno de la UP. Daniel es nombrado y, acto seguido, se lo llevan a Colonia Dignidad en una furgoneta. Lena, liberada al día siguiente, irá al rescate de su hombre internándose en el asentamiento alemán.
Es en las escenas transcurridas en Villa Baviera donde la película brilla por su acabada representación de la vida diaria en la Colonia, el culto a la figura de Schäfer (interpretado por Michael Nyqvist), sus abusos y conductas pedófilas, la relación de sus líderes con los de la dictadura (Pinochet y Manuel Contreras aparecen en la cinta), y la producción de armas y gases altamente venenosos –como el sarín– para la DINA, además de la facilitación de instalaciones para detención, tortura y desaparición de presos políticos.
Por otro lado, el desarrollo de la relación entre Lena y Daniel es bastante simplón: sólo busca establecer el amor incondicional que existe entre ellos. Hay apenas un par de diálogos interesantes que podrían mostrar a los personajes como dos unidades pensantes separadas, pero al parecer no son una pareja asidua al debate moral. En general, si no fuera por la capacidad actoral y el carisma que demuestran Watson y -en menor medida- Brühl, sería difícil involucrarse en un romance tan cliché y fofo.
Además, el Schäfer de Nyqvist es un malo de maldad impostada, que mantiene la mirada de tiburón hasta casi el ridículo. Es un personaje unidimensional que bien podría aprender del Karadima de Luis Gnecco, quien comunicaba el goce que sentía al cometer cada uno de sus aborrecibles actos. En entrevistas, el actor sueco dijo que le había costado mucho conectar con el personaje, y se nota más de lo que el director (Florian Gallenberger) debió permitir.
El idioma es otro factor controlable que terminó por jugarle en contra a la cinta: “Colonia” está hablada en inglés y en español, a veces al mismo tiempo y en escenas de la primera media hora, donde los participantes son mayoritariamente chilenos. Es difícil mantener la suspensión de la incredulidad necesaria para involucrarse en una historia de ficción cuando nos presentan como bilingüe un país que está aún lejos de serlo (en “Los 33” resolvieron esto mucho mejor, gritando hasta el “viva Chile” en inglés).
Pese a todo, la película tiene un ritmo que la hace entretenida como pasatiempo e interesante como recreación histórica, y esas fortalezas son suficientes para que al público –al menos al que fue a verla al BioBio Cine- le gustara.
Por lo mismo, es extraño que aún no tenga distribución (ni menos fecha de estreno) en nuestro país. Si sirve de antecedente, la misma “Los 33” estuvo dentro de las cinco películas más vistas el 2015, y comparte con “Colonia” el interés por la historia reciente de Chile, la aparición de estrellas reconocibles en los roles principales, y una tibia recepción de la crítica internacional.
La única diferencia, al menos a priori, es que “Colonia” toca una etapa poco virtuosa de la historia nacional y puede que haya un miedo comercial (y/o ideológico) a que la cinta incomode a una parte de la población que en su momento defendió a Schäfer y aún aplaude sin vergüenza las violaciones a los derechos humanos como si hubieran sido un acto heroico o “un mal necesario”.
Sería interesante que “Colonia” se pudiera ver en cines nacionales (si bien ya se puede encontrar en internet) porque, como dijo anoche en la presentación la presidenta de la Asociación por la Memoria y los Derechos Humanos Colonia Dignidad, Margarita Romero, esta cinta contribuye -o contribuiría, si se pudiera ver en salas- “a romper el silencio, a emocionar, a recordar y a hacerse preguntas”.