El 2015 fue un año especial a nivel musical en Chile. Bien lo sabe Diego Sepúlveda, un hombre que sabe de música, y no porque se lo ve en televisión siempre hablando del tema, o sea el responsables de eventos multitudinarios, pero sí que ha dado peso a estos apoyando desde su esquina a una gran cantidad de bandas al trabajar en sellos independientes y estar siempre atento a lo que se cocina en los subterráneos de Chile.
La siguiente columna que subió en su blog personal, y que bajo su permiso compartimos en Rata.cl, da cuenta en varios puntos de cómo funciona la música en Chile ahora.
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Dos discos se han colado en la mayoría de las listas de fin de año, ambos provenientes del mismo sello: Nonato Coo, de Niños del Cerro, y Temporada, de Patio Solar, han logrado estar a la par y en algunos casos por sobre álbumes de artistas de mayor trayectoria que también se repiten, como Matorral, Astro y Camila Moreno. Al mismo tiempo, siguen la huella de otros que se encuentran en un camino intermedio, como Tus Amigos Nuevos y Marineros. Creer que esto es una coincidencia o que se debe única y exclusivamente a la calidad de las composiciones es motivo de orgullo, pero también posee algo de inocencia. Sin desmerecer el mérito artístico, este año se forjó definitivamente la coyuntura en que esta música, y no otra, tuvo su oportunidad. Acá un análisis de esos factores.
1. Las salas de conciertos.
Quizás ese es un nombre que le queda muy grande a un bar con dos cajas y una mesa de doce canales, pero sin duda el mayor perdedor de este año fueron los locales. Onaciú, por ejemplo, cerró a mitad de año no sólo dejando a un montón de zorrones e indies sin un lugar donde carretear por diez lucas después de las doce, sino también a varias bandas sin dos escenarios en un mismo lugar. Justo a mediados de año surgía un local que parecía tener buen sonido, buen trato y agenda disponible para tocar. Meses más tarde el mismo pub, Ovejas Negras, cerraba por motivos que la administración no ha divulgado hasta el día de hoy, pero no es descabellado pensar que se deba a temas de permisos municipales.
Con la reducción de los lugares donde tocar en vivo también vino la escasez de espacio en las agendas de los que sí quedaron en pie, impidiendo a los artistas más nuevos tener siquiera un día de la semana dedicado a ellos. La respuesta no se hizo esperar y también a mediados de año se conformó una escena apoyada en la autogestión, de la mano de eventos en lugares fuera del circuito como el también clausurado CFT, el Estudio Elefante —que sólo pudo albergar a las bandas hasta que su techo se desplomó antes de una tocata, milagrosamente sin lesionados—, El Galpón o la Casona de Los Capitanes en Providencia. No es extraño asumir que ninguno de estos lugares cuenta con los permisos suficientes para sostener un show de música en vivo según lo dictamina la ley, pero aún así sucedió y lo mismo sigue sucediendo en nuevos lugares. La mayoría, sino todos, fuera del eje Bellavista-Providencia.
Con la autogestión y la precariedad de las condiciones de sus shows en vivo, también llegó la necesidad de simplificar la puesta en escena, por lo que no es inusual que la mayoría de estas bandas funcionen en base al viejo formato: batería, bajo, guitarra. Es el adiós a las bases y los sintes, al menos en este estrato.
2. Adiós al booking
Aún cuando en lo musical el país avanza velozmente dentro de la próxima generación de músicos, la industria independiente actual ha sido más cautelosa. Mientras muchos han reforzado su imagen a través de un desarrollo consistente de su catálogo (Quemasucabeza, Cápsula, Beast), otros actores han desaparecido del mapa. Un ejemplo de esto son las agencias de booking que proliferaron entre 2011 y 2014, algunas de ellas arrasadas por los productores de festivales, quienes centraron sus esfuerzos en controlar la operación desde el principio abriendo sus propias agencias. Ejemplos en ambos bandos: en la vereda de las productoras Lotus (la oficina detrás de Lollapalooza) desarrolló Lotus Booking, hoy llamado Charco, con un fuerte interés en potenciar su catálogo a través de las producciones de Lotus. En la de las agencias de booking que buscan preservarse, Doll Music apuesta hoy por el festival En Órbita, que también sirve como vitrina para su catálogo.
Otro punto relevante en esto es la falta de interés por números locales en festivales nacionales (díganme que no suena raro eso) como Primavera Fauna, que limitó la presencia de los locales al escenario electrónico. También cayeron en desgracia Creamfields y Mysteryland. Sin locales donde tocar, ni festivales donde mostrar tu parrilla de artistas, es muy difícil mantener este tipo de negocio a flote.
3. Ley del 20%, muy poco, muy tarde
Dejemos de lado a Álvaro Scaramelli, quien debería tener un asistente que le meta un plátano en la boca cada vez que la abra, porque en realidad la Ley del 20% que tanto se defiende llegó tarde (para variar). Y peor aún, este año confirmó lo que la mayoría de la gente temía, y que algunos hombres de radio amenazaban como una profecía autocumplida: “Van a sonar los mismos”. La lista que publica esta semana La Tercera da clara cuenta de ello. Sin embargo, cabe preguntarse cuáles son las cifras totales de toda la música que se transmite, si se cumplió con la norma y cuánto sigue representando efectivamente la música chilena en las radios locales. Quizás una mirada más real del consumo de música es la que entrega Spotify, en la que Chile y Perú son los únicos países de Latinoamérica que no cuentan con ningún músico local dentro de sus top 5 de artistas más escuchados.
El daño parece estar hecho. Cambiar esa mentalidad en el consumo de música local, plantando referentes nacionales, no es una tarea fácil y le tomará años y mucho más que la Ley del 20%. Chile es un país que actúa ex-post: una vez que el crimen se cometió es que nos damos cuenta que debimos habernos preocupado antes. La ley del 20%, además, se preocupó unidireccionalmente de las radios, enfrascándose en una pelea vergonzosa desde ambos bandos y con pésimos argumentos, dejando de lado otros medios con tanta o más injerencia que la radio. El lado que defiende “todo por la música” parece haber quedado conforme con esta pequeña victoria à la Aylwin: en la medida de lo posible, sin transparentarnos sus resultados reales y la consecución de los objetivos iniciales.
La presencia de las bandas independientes en este aspecto se limitó a programas específicos de radios universitarias como Radiópolis, Escena Viva, a la iniciativa de Radio Injuv o al programa de Super45, que este año cumplió mil ediciones luchando porque alguna de sus sugerencias permearan a alguna de las radios por las que ha pasado. Las emisoras finalmente le dieron la espalda a los artistas nuevos, con producciones de menos de tres años de antigüedad como dicta la ley, sepultando la idea de que una banda emergente podría sonar en la radio y con ella la necesidad imperiosa de sonar bien y grabar en estudios caros, lo que finalmente terminará sellando el auge del pop como lo conocemos.
4. Blogs sin banners
Si hay algo que hemos visto el 2015 es a gente envejecer. Cuando ocho años atrás celebrábamos en el White Trash, hoy Loreto, la primera fiesta Disorder con bandas en vivo que estaban empezando a sonar, mientras se publicaban cientos de notas y entrevistas, hoy esos primeros blogs luchan por pasar a otra audiencia. A diferencia de la radio y la TV internet no posee un espectro limitado en el que desarrollarse, por lo que cabe preguntarse: ¿Qué pasó con entusiasmos como el de la fiesta Disorder?
La respuesta más clara viene desde los contenidos y desde Valparaíso con Audífonos Piratas, donde su editor viajó varias veces en el año, muchas de ellas perdiéndose en las calles de la capital para llegar a ver a una banda y reseñarla luego, escuchar un disco y clasificarlo dentro de lo mejor o peor del mes con un abrazo o balazo. Vino también de La Serena, con Rata.cl, quienes aparentemente después de lo que lograron con el hit de Pablito Ruiz / Tame Impala, sacaron la personalidad que necesitaban para plantear una línea editorial cercana a sitios como Stereogum. Y también vino con los registros en vivo de Cortando el Aire, que en lugar de una persona pareciera ser un grupo de ellas que registra la mayoría de las tocatas de Santiago, algo que impulsó primeramente Jaime Cachu Rojas, cuando su trabajo se lo permitía, y con mayor regularidad Archibaldo de la Cruz, ayudándole a mucha gente, que no tenía ni la edad ni el poder de compra para entrar a un local como La Batuta o Loreto, a tener un pedacito de la experiencia, sobre todo de bandas nuevas y en cierta forma criándolos para los eventos a los que hoy asisten.
No obstante todas estas iniciativas flotan aún desarticuladas, sin claras intenciones de pasar a formar algo que perdure más allá de la iniciativa. Punto aparte en esta selección merece Melómanos Magazine, quienes sí han apostado por un crecimiento exponencial.
5. El nuevo paradigma
Todo lo anterior da pie para que se abra un nuevo camino en la manera en que las bandas que están logrando atención de la prensa especializada. Sin querer, casi, alimentan el resurgimiento de una escena alternativa, a la que acá me he referido como Post Pop. Una escena que se desenvuelve lejos y en paralelo a los artistas ligados al pop independiente de la última década, con otros recursos (o menos de ellos) y un discurso que se contrapone al de sus pares de mayor edad. Los shows en vivo que se desarrollan incansablemente repitiendo los nombres de este pequeño grupo de artistas, desafía lo que en los últimos diez años muchos productores trabajamos por construir dentro de los espacios tradicionales, siguiendo el canon establecido y creyendo que allí estaba nuestro público. Con el rechazo a esa convención esta nueva generación plantea un nuevo paradigma que seguramente se desarrollará completamente en los próximos 5-7 años, antes que irrumpa el próximo. Por su parte, “los de antes” (no importa si no se sienten así, lo son) seguirán emigrando a escenarios reconocibles por todo el país: Olmué, la Quinta Vergara, Movistar Arena, etc. dejando el camino libre para esta generación. Con este movimiento migratorio también se abre la posibilidad de llamar la atención —como sucedió a inicios de los noventas— de los sellos transnacionales, los que finalmente volverán a ver a Chile como un territorio fértil a nivel de negocios musicales. Sin embargo, para que ese escenario se repita en condiciones similares a las de ese tiempo, la tecnología deberá trabajar a la par con la industria musical, algo que hoy parece lejano.
*La foto principal es del Flickr: @alvarourrejola