Hozier en Chile: una experiencia religiosa

Por Paola Fuentealba

Luego de su exitoso paso por la duodécima versión del festival Lollapalooza, el cantautor irlandés se atrevió a dar el salto en solitario y volvió a pisar nuestro país con su tour Unreal Unearth.

Eran pasadas las ocho de la mañana cuando caminábamos con mi hermana a través del Parque O’Higgins. A esa hora y en día sábado, la tranquilidad de las inmediaciones era perturbada sólo por deportistas entusiastas, pero nosotras estábamos no estábamos allí para correr o practicar algún deporte, sino que por otra razón: unirnos a los inusuales visitantes que yacían fuera de las rejas que permiten la entrada al Movistar Arena.

 

Y es que esa noche, Hozier, el músico y compositor —aunque sería injusto solo otorgarle esos títulos y no también el de poeta, ya que su lírica se destaca por ser tremendamente emocional e introspectiva— que irrumpió en la escena musical en 2014 con su singleTake me to Church” se presentaría en la arena.

 

Con una mezcla de soul, folk y rock, ha logrado consolidar su espacio en el mundo artístico y el 2023 lanzó su tercer disco, Unreal Unearth, el que le da el nombre al tour y lo ha hecho recorrer Norteamérica, Europa, Oceanía y ahora lo trae a Latinoamérica nuevamente.

Fotos por @andieborie

A pesar de que el año pasado se presentó en el Lollapalooza, su set fue corto —apenas cuarenta minutos para tres álbumes— y no todos los fans, incluyéndome, tuvieron la opción de asistir. Éramos muchos los que habíamos esperado cerca de diez años por este momento. Y ahora esos años se habían transformado en horas.

 

Sentados en el cemento fuera del recinto, el pulmón verde de Santiago comenzó a engalanarse con hombres y mujeres con estilos muy distintos y en espectros opuestos: outfits con inspiración gótica, pasando por chicas con vestidos, corsets y peinados sacados directamente de un tablero de cottage core en Pinterest hasta fanáticos con jeans y una polera con la imagen del artista —incluso como él de Jesús, un chiste interno de su fandom—. Los looks tan variados eran tan solo un reflejo de la integración y aceptación que se siente dentro del fandom y de parte del mismo Hozier, quien es bastante vocal sobre su apoyo a minorías y la comunidad LGBTQ+.

 

La apertura de puertas era a la seis de la tarde, pero pese al cansancio que varios presentaban, especialmente aquellos que estaban allí desde las cinco de la mañana, la adrenalina parecía un zumbido silencioso que nos mantenía alerta, como si estuviésemos a punto de correr una carrera en las olimpiadas y esperáramos el disparo de salida.

Fotos por @andieborie

De imprevisto, las puertas se abrieron quince minutos antes de lo esperado sorprendiendo a todos. La gente se echó a correr. Se escuchaba cómo gritaban los nombres de sus amigos para ver donde estaban y alguien incluso lanzó su celular lejos. En esos metros nada importó. Y luego todo el caos tuvo un final abrupto al llegar a la otra entrada.

 

Hubo un momento para recuperar el aliento. Las personas que revisaban los tickets se fueron acomodando una a una en las filas como si fuera una ceremonia. Nuevamente nos tomaron por sorpresa abriendo las puertas antes y se reanudó la carrera. La gente abría sus bolsos con desesperación para pasar pronto por la seguridad. Los trabajadores gritaban instrucciones para llegar a los distintos sectores.

 

Por supuesto, todos querían quedar lo más cerca del escenario posible y luego de dar la carrera de mi vida, me encontré recostada sobre el fierro de la barricada. Lloré, pero no de tristeza. Fue una mezcla de emociones: cansancio, emoción, sorpresa y darme cuenta de que esto de verdad estaba ocurriendo. A pesar de que quedé en un costado alejado, iba a estar a metros del artista que había sido parte del soundtrack de mi vida por los últimos diez años.

 

A las siete de la tarde se apagaron las luces y la telonera chilena, Karla Grunewaldt salió al escenario. Con un estilo etéreo que la hacía parecer un hada y con un cabello rojo ondulado igual que el de Mérida, transmitía fiereza y magia. Con su voz deslumbró al público con canciones como “Abrazarte otra vez” y “Ni siquiera el dinero”, dando el puntapié inicial para animar al público para el espectáculo principal.

Fotos por @andieborie

Además, la cantante no cabía de felicidad, ya que no solo tuvo la oportunidad de presentarse ante un gran público, también era fanática de Hozier y lo conoció e interactuó con él, además de que vio su concierto.

 

A las ocho salió Gigi Pérez, la telonera traída por Hozier. La joven cantautora estadounidense, que acaba de lanzar su primer disco “At The Beach, In Every Life”, cantó un set cargado de emoción mientras tocaba su guitarra. Cerró con una de las canciones que la volvieron viral en TikTok, “Sailor Song”.

 

Luego, vino la media hora más larga, a pesar de haber estado todo el día allí y haber esperado ese momento durante años. Y entonces ocurrió. Las luces se apagaron, la gente comenzó a gritar y los músicos comenzaron a aparecer, acomodándose en sus respectivos lugares con parsimonia.

 

Incluso Hozier entró con tranquilidad, y habría pasado desapercibido en la oscuridad, pero su metro noventa lo delató. Caminó hacia la luz y abrió el show con “De Selby – Part One”, inspirada en el libro El tercer policía. El público gritó con emoción. Finalmente, estaba allí. Se escuchaban algunos “¡Es real!”. Luego, el público guardó silencio mientras él cantaba en gaélico irlandés, con una traducción proyectada en las pantallas laterales.

Fotos por @andieborie

Al terminar, los instrumentos cobraron fuerza con la segunda parte de la canción y el público dejó estallar su entusiasmo. Coreaban con tanta energía que Hozier tuvo que pedir que subieran el volumen de sus monitores intraurales, ya que no se podía escuchar a sí mismo —y no fue la única vez que lo hizo—.

 

El show avanzó y recorrió canciones de sus tres álbumes de estudio como “Jackie and Wilson”, “Eat Your Young”, “Angel of Small Death and the Codeine Scene”, “Dinner & Diatribes” y el esperado tema “Francesca”, uno de los cuales está basado en La Divina Comedia, que el público coreaba a todo pulmón.

 

Algo distintivo de Hozier es que es un hombre bastante reservado. Su compañera es la guitarra y no suele moverse mucho por el escenario. Pero el público chileno logró despertar algo en él. Primero le cantaron el tradicional e infaltable “¡mijito rico!” —dos veces, de hecho—. Él no entendió y bromeó diciendo que no había sido muy constante con sus clases de Duolingo, así que tendríamos que enseñarle qué estábamos cantando.

 

Luego vino un momento divertido e inesperado: el público comenzó a corear “¡pelo!”. Él escudriñó confundido a la multitud, hasta que todos comenzamos a señalarnos el cabello. Entonces hizo clic: le estaban pidiendo que se soltara el pelo. Lo hizo. Besó el accesorio que sujetaba su distintiva melena y lo lanzó al público, causando un revuelo que lo dejó sorprendido. Lucía desconcertado ante el efecto que provocaba. Se rió algo avergonzado. Más tarde, el público incluso lo instó a quitarse la chaqueta, lo que pareció asombrarlo de nuevo. Cuando entendió, dijo que se sentía halagado, pero que no lo haría, que era muy tímido y bromeó abrazándose más fuerte a su chaqueta.

 

La noche avanzó con rapidez, a pesar de que el show incluyó más de veinte canciones. Repasó temas como “Someone New”, “I, Carrion” —donde sufrió un desperfecto que se tomó con humor, porque según él, “al fin no era él quien se había equivocado”— y su último hit “Too Sweet”.

 

Y finalmente llegó uno de los momentos más esperados de la noche cuando sonaron los primeros acordes del single que lo catapultó a la fama en 2014: “Take Me to Church”, con el que muchos lo conocimos. Tras hacerle señas durante todo el concierto, por fin lo tenía frente a mí, cantando esa canción, con una luz blanca detrás. Parecía irreal. Grité con todos mis pulmones, al igual que quienes me rodeaban. La energía del público lo encendió también: cantó con ímpetu, se golpeó el pecho. La atmósfera era eléctrica.

 

Entonces llegó el encore. Hozier desapareció, y el público comenzó a pedir su regreso. Volvió, pero esta vez en un segundo escenario ubicado en la cancha general, cerca de las plateas. Allí agradeció al público por comprar entradas y apoyar su arte, a pesar del contexto económico.

 

Luego, acompañado solo por su guitarra, cantó una de sus canciones más conocidas de su primer disco: “Cherry Wine”. La atmósfera se llenó de nostalgia y una tristeza compartida. Después su banda se unió para “Unknown/Nth”, otra canción que rompe el corazón de cualquiera.

 

Volvió al escenario principal. Sonaron los acordes de “Nina Cried Power” y pese a estar sin aliento, Hozier habló sobre la colaboración con la artista que admira profundamente, Mavis Staples, quien cantaba con su familia antes de los discursos ofrecidos durante el Movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, el cual inspiró uno igual en Irlanda del Norte, donde no todos tenían el derecho a votar en 1960.

 

También habló de su intento por usar su plataforma como herramienta de cambio. Mencionó su apoyo a la democracia durante su gira por Estados Unidos y se refirió al conflicto en Gaza, pidiendo un alto al fuego. El público rugió en aprobación. Nos pidió que usáramos nuestras voces y la compasión que demostramos esa noche para luchar contra el genocidio y defender la democracia. Y luego cantó la canción con todo su corazón, al igual que nosotros al entender el peso de la misma y de lo que nosotros podemos lograr si unimos nuestras voces.

Fotos por @andieborie

Finalmente, anunció la última canción. El público expresó su tristeza y descontento por ello e incluso él parecía reacio a irse. Presentó a su banda por tercera vez y agradeció a todos, incluso a quienes trabajan detrás del escenario, parecía que quería alargar esa noche lo que más se pudiera. Como todos los presentes en el lugar.

 

El último tema fue “Work song” y la coreamos a todo pulmón. Se quitó el auricular para escucharnos mejor, mientras toda la arena le ofrecía una serenata con las letras que él escribió y grabó en un estudio improvisado en el ático de la casa de sus padres en Wicklow.

 

Luego se tomó una foto, una postal que inmortalizó una noche que, para muchos, fue mucho más que un concierto: fue una experiencia espiritual. Una noche vivida en un país al fin del mundo, en el que quizá nunca se imaginó que tendría fanáticos o al que su música alcanzaría, ni que tendría un recibimiento tan caluroso y un fandom tan ferviente. Un lugar donde se quitó el In-Ear varias veces para oírnos, y donde su rostro reflejaba incredulidad al escuchar a la masa de gente saber cada letra a pesar de la barrera idiomática.

 

Fotos por @andieborie

El Movistar Arena se convirtió por un par de horas en un espacio mágico. No es exagerado decir que quienes asistimos, salimos de allí con el corazón más liviano, la garganta gastada y el alma con una chispa de esperanza con lo que la humanidad puede lograr si se une en pos de la paz. Hozier lo logró como solo él sabe hacerlo: con una pasión y amor palpable por la poesía hecha música, la humanidad y una humildad inmensurable.

 

Como el título de su álbum y tour, su show parece algo irreal que hemos desenterrado y que va mucho más allá de lo que podemos comprender sobre nuestra propia humanidad.

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