Es martes 15 de abril. El Teatro Nescafé de las Artes luce, a las 20 horas, con una energía desbordante, un entusiasmo que se siente como la previa de una graduación estudiantil. Hay familias completas, niños y jóvenes inquietos, que están acostumbrados a ver conciertos en canchas o estadios y no sentados en un teatro.
Es la cuarta fecha de una residencia en el recinto de Manuel Montt que Los Bunkers realizarán entre abril y junio, con 25 funciones que están casi completamente agotadas.
Una instancia especial para mostrar su Unplugged en vivo, un show dinámico, entretenido y que da un giro completo a la grandilocuencia de su tour de regreso Ven Aquí. Pero bajar dos cambios en su set en vivo no significa, en este caso, restar potencia.
Como acto de bienvenida estuvo Masquemusica, quien durante media hora acercó su propuesta soul/r&b a un público nuevo, con dinamismo y pasión, en un formato minimalista que se apoya en su voz, un micrófono rojo y un LED con su nombre.
Pocos minutos después de las 20 horas comenzó el show acústico, con ese golpe directo al corazón que es “No me hables de sufrir”. Más allá de los arreglos delicados, la performance fina y sofisticada que logra el grupo con los tremendos músicos que los acompañan en esta aventura —sumada a la producción técnica de audio y sonido de lujo—, esa quietud que suele dar “lo desenchufado” se pierde gracias a la potencia de Los Bunkers en vivo y su entregado público.
Con el rodaje que ha tenido esta gira, Álvaro ya luce con sus pasos perfeccionados y una voz que no pierde brillo. A su lado, Mauricio Durán aporta armonía a la dinámica del show y se conecta con la mayoría de los músicos, recorriendo el escenario hasta donde le permite la extensión del cable de su guitarra.
El quinteto está más que afiatado y se muestra cómodo con este show, en el que cada uno tiene su protagonismo instrumental: Martín Benavides en el theremin de “Las cosas que cambié…”, el órgano psicodélico de Carmen Ruiz en “Entre mis brazos”, o la ejecución precisa de Gregorio Madinagoitia en “Canción para mañana”; más las quenas y percusiones de Sergio Ramírez y Víctor Contreras, y los notables arreglos de cuerdas del Cuarteto Austral.
Los highlights del show son muchos, pero destacaré solo algunos: “Me muelen a palos”, sin duda es uno de los momentos más entretenidos, además de ser un tema perdido del repertorio común del grupo; la bella mezcla de voces de Francis y Álvaro en “Sur”; y de igual forma, el cierre de “La exiliada del sur”, donde Cancamusa y Carmen Ruiz se unen en una sola voz. En general, el set es generoso en momentos “instagrameables”.
Cada jornada tiene su sello distintivo, especialmente por una canción que va cambiando por noche. En esta ocasión fue “No necesito pensar”, una de esas grandes canciones de la primera época (perteneciente a La Culpa, de 2003) y que los más fanáticos aplaudieron a rabiar, varios de los cuales pudieron llevarse un disquito firmado al acercarse a los músicos apenas terminó el concierto.
La magia también fluye por el lugar, un teatro donde la intimidad es mayor y los gritos del público chocan con las paredes. Una experiencia intensa para quienes ven por primera vez a Los Bunkers, y que crece en la segunda mitad del show, cuando todos dejan de lado los asientos para acompañar al grupo en el coro de “La velocidad de la luz” y en todos los hits que se concentran hacia el final, donde la bola disco hace su aparición en “Bailando solo”, y todos nos despedimos al ritmo de “Heart of Glass” de Blondie. Así se corona este especial recital, con un guión afinado y casi sin detalles, que vale la pena ver al menos una vez en la vida.