Por Enzo SR
El próximo 2 de marzo se celebra la 97.ª edición de los Premios Óscar. El certamen más importante del cine, al menos en cuanto a lo que alcance refiere, se ha visto inmerso en diversas polémicas a lo largo de los últimos años: descenso en los niveles de audiencia, un cuestionamiento sistemático a la credibilidad del certamen, errores de premiación e incluso agresiones en plena ceremonia.
Parece evidente que el espectáculo, la polémica twitera, ha ganado demasiado espacio en los Óscar en desmedro de…bueno, el cine. Aun así, La Academia ha procurado mantener los estándares de calidad, una línea editorial o, si se quiere, una agenda por medio de ciertos filmes insigne, aquellos que huelen a galardones y discursos emotivos. Un claro ejemplo de lo anterior es Cónclave.
La cinta, dirigida por Edward Berger (también director de Sin novedad en el frente), es una adaptación de la obra homónima de Robert Harris (2016), la cual expone el interior de las esferas de poder de la iglesia católica a través de un relato ficticio. Tras el fallecimiento del Papa, el cardenal Lawrence (Ralph Fiennes) debe asumir la responsabilidad de celebrar el cónclave que permitirá la elección de un nuevo pontífice. Este hecho dará lugar a una carrera por el trono del Vaticano, dejando entrever las diferencias ideológicas internas que agrietaron la imagen de la institución hacia sus feligreses.
Con 8 nominaciones, entre ellas mejor película, mejor dirección y mejor actuación para Ralph Fiennes, Cónclave se posiciona como una de las principales favoritas para esta nueva entrega de los Óscar.
He empleado la palabra “expone” para referirme al tratamiento de la trama en la película, dando a entender que se acerca a un retrato realista de las dificultades de la iglesia y su adaptación a las problemáticas actuales. Sí y no. Por un lado, la obra de Berger no teme poner en primer plano las debilidades de una iglesia marcada por escándalos sexuales, discriminación y manipulación de la fé.
Ante estas polémicas, así como otras discusiones dentro de la institución, los distintos candidatos al papado buscan el voto de sus pares en una campaña silenciosa, que genera una tensión constante y permite al espectador comprometerse con la ficción que el director nos ofrece. Sin embargo, por otro lado, son muchas las producciones centradas en la carrera por un trono y dicha herencia se siente en Cónclave.
Algunos diálogos o puntos de la trama se tornan algo superficiales para el general de la historia; a ratos es más El código Da Vinci que Spotlight, por decirlo de alguna forma. Y aunque este ejemplo pueda ser exagerado, vale la pena recordar que el material original (y, por extensión, el guión) proviene de un best seller de suspenso. Algunos códigos del género no son replicables en un largometraje; son huellas en la adaptación que pueden resultar poco satisfactorias.
Pese a estas inconsistencias, la cinta logra generar un escenario atrapante a partir de varios elementos que, sin brillar en lo particular, refuerzan los dilemas propios del tema. La cinematografía es sencilla, pero eficiente. Se muestra el vínculo directo de la ceremonia y los edificios que la cobijan a través de planos amplios, al tiempo que vemos la vida de los cardenales, quienes se muestran pequeños, cotidianos, desprovistos de la autoridad que ostentan. En interiores la imagen es funcional y refuerza el sentido de urgencia de la situación, lo cual se ve especialmente reflejado en la actuación de Fiennes y Stanley Tucci, quienes exhiben por medio de pequeños gestos cómo la presión saca lo peor de ellos.
Hauschka vuelve a colaborar con Berger en el apartado musical, aunque con piezas dirigidas a elevar las cuotas de tensión en la película, sin evocar (al menos no completamente) la sensación típica de una iglesia o los eventos propios de una religión. Por último, Cónclave hace gala de un diseño de un vestuario sobresaliente y que hará las delicias de aquellos que buscan una representación fiel de la novela original.
En suma, la nueva película de Edward Berger muestra más luces que sombras. Aunque a ratos caricaturesco, su retrato de la pelea por el papado es efectivo y emocionante. Emociones silenciosas, eso sí, una mochila llena de frustración que llevaremos junto al cardenal Lawrence por 120 minutos. Y es que este personaje es quien nos mantiene anclados al conflicto, de la mano de un Ralph Fiennes soberbio y que, aparentemente, es el único capaz de robarle el premio de mejor actor a Adrien Brody por The Brutalist.
Respecto al resto de nominaciones al Óscar, es más que seguro que Cónclave vea el humo blanco en premios como mejor guion adaptado o, incluso, mejor película. Y es que su calidad es innegable, aun cuando se queda a pasos de la excelencia, de modo que no ha de sorprender a nadie si termina dicha jornada como una de las cintas más laureadas.