La destacada cantante nacional, Mon Laferte, ofreció un espectáculo inolvidable en el Movistar Arena, fusionando la teatralidad con sus nuevas canciones y sus éxitos más emblemáticos. Todo ello, gracias a su ecléctico estilo musical y su estética vanguardista.
Al enterarme de que nadie abriría el espectáculo esa noche, me invadió el temor de que la espera sería interminable. Sin embargo, al salir del Movistar Arena, después de más de dos horas y media de show, y a pesar del retraso inicial, la sensación predominante era totalmente distinta a la anticipada; era como si cada pieza encajara perfectamente en su lugar. Mon Laferte había logrado eclipsar cualquier preocupación cotidiana, transformándolas, a través de un ritual de arte contemporáneo, en su “Autopoiética Tour”.
Los cielos se abrieron para recibir a la cantante chilena radicada en México, entre globos azules y la luz de las linternas de los celulares, recreando un bello firmamento. Acción que llevamos a cabo para darle la bienvenida a Mon, gracias a la iniciativa de los fans congregados en las organizaciones “Radio Laferte” y “Lafertiers Chile”. Así, al ritmo de “Tenochtitlán”, comenzaba un concierto que reflejó una multitud de emociones en los cuerpos celestes presentes, relevando la nueva etapa musical de la artista.
La experiencia compartida, se elevó a las alturas durante la quinta canción del setlist, cuando en “Metamorfosis”, los globos comenzaron a volar por los aires, creando una atmósfera de celebración y fiesta. Lo cual se complementó en “Autopoiética”, con la aparición en el escenario de diversas personas que derrocharon estilo y energía con sus atuendos; culminando con la llegada de Mon Laferte acompañada de su madre, quien lucía una eléctrica bufanda verde.
Este momento, de pop virtuoso estableciendo una conexión simbiótica con el público, marcó el primer acto del espectáculo. Y canción tras canción, nos sumergimos en sus habilidades musicales, desde su solo de armónica hasta su destreza en la guitarra eléctrica y acústica. De la misma manera, nos fuimos envolviendo con su voz desgarradora y potente, hasta alcanzar momentos de gran emotividad e intimidad que evidencian su gran carisma y trabajo artístico.
Cuando las formas y los fondos importan
Esto va más allá de la música, reflexioné mientras inclinaba la cabeza con atención fija en cada detalle de la presentación. Aunque aún no podía abarcar completamente su magnitud, estaba completamente maravillada. Parecía que Mon Laferte lograba demostrar con creces la versatilidad de un artista, incluso antes de que me hiciera las preguntas correspondientes.
Su magnetismo impregna cada aspecto, desde su lírica hasta su sonido y su estética, revelando de manera exuberante su condición de artista integral y su habilidad para llevar a cabo su visión y expresión visual. Pues su expresión lo envolvía todo. Especialmente a través de su estética, con enormes pantallas que dominaban el escenario y una efigie gigante que representaba a una mujer melancólica o triste apoyada en un brazo, transmitiendo una sensación de rendición y estructura.
El elenco de bailarines, por su parte, era impresionante. Estaba compuesto por un grupo coreográfico masculino de diversas edades que también funcionaban como coro, demostrando la misma versatilidad que Mon, pero desde una perspectiva de nuevas masculinidades. Dejando tras sí una estela de verdadera metamorfosis y autopoiesis a su paso.
Las bellas artes dan paso a lo divino
En nuestra inmersión en las bellas artes exhibidas, exploramos la extensa trayectoria de Mon Laferte, revisitando los éxitos de sus álbumes “Mon Laferte Vol.1”, “SEIS”, “Norma” y “La Trenza”. Además, tuvimos el privilegio de presenciar sus colaboraciones en vivo, como la emotiva interpretación junto a Manuel García en “La Danza de las Libélulas”, y la acogida cálida a Nicole en “Si Tú Me Quisieras”, demostrando una conexión mutua y una fuente de inspiración compartida.
Estos momentos fueron capaces de evocar emociones profundas, donde las notas altas parecían capturar nuestros sentimientos más íntimos. Por otro lado, las metáforas cósmicas y la inmensidad del universo, proyectadas en las pantallas del escenario, nos brindaron instantes de auténtica admiración. Entre tanto, los momentos de calma nos prepararon para el clímax de las últimas canciones.
En el acto final, las impresiones dejadas por los fans en las sillas de la cancha, con referencia a “Mon Santa”, cobraron vida, irradiando con fidelidad en “Casta Diva”. Una auténtica obra teatral que culminó la experiencia de manera magistral. Más que inspirador, este espectáculo fue un claro indicativo de que Mon Laferte sigue vigente. Además, sirvió como un sólido argumento de que el cambio, el crecimiento personal y la autoproducción son alcanzables, destacando que los dogmas preestablecidos pueden ser desafiados y redefinidos.