Once Upon a Time… In Hollywood: Tarantino en su versión más íntima y personal

El 2019 fue un año de bastante expectación en el cine. Desde el inicio se presagiaba que habría una enorme cantidad de producciones a las que ponerle atención, pero sin duda una de las más esperadas era el noveno trabajo escrito y dirigido por Quentin Tarantino.

Once Upon a Time… in Hollywood, que tuvo su primera gran exhibición en una nueva edición del Festival de Cannes llevada a cabo en mayo, no tardó en ser alabada por gran parte de la critica especializada. Durante los meses siguientes fue el turno del público en general, quien transformó la opinión en una cosa más dividida. Sin embargo, algo nunca dejó de estar claro: esta parece ser la obra más madura de su creador.

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Parece suceder que varios autores llegan a un momento de sus carreras en el que inevitablemente viajan hacia los recuerdos más recónditos de sus vidas, aquellos que los llevaron a iniciarse en la pasión que tanto tiempo llevan desarrollando. Tarantino, quien nació a inicios de la década del sesenta, da la impresión que para su más reciente filme ha llamado a todo el cine que alguna vez disfrutó cuando era tan solo un niño en una pequeña comunidad de Los Ángeles, California.

Es así como nos pone en la piel de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor que toma conciencia de que al parecer ha pasado de moda, después de la fama que obtuvo como la principal cara de una serie western, siempre con Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de acción que, tras nueve años trabajando juntos, ya se ha transformado en su amigo y principal sostenedor moral.

Leonardo DiCaprio y Brad Pitt como Rick Dalton y Cliff Booth respectivamente.

Estamos en 1969, uno de esos años que marcan para siempre la historia universal, y para el cine no fue la excepción: por la transición de una década a otra; por los nuevos formatos y tópicos narrativos que asomaban; por un suceso que impactaría a toda la industria: el asesinato de Sharon Tate a manos de la familia Manson.

Margot Robbie interpreta a esta actriz con una delicadeza y autentica dulzura, moviéndose por Hollywood como en una atmósfera densoñación. La vemos disfrutando la vida de una estrella, que disfruta y es feliz viendo en lo que se está convirtiendo el fruto de su trabajo. Mientras tanto, DiCaprio y Pitt se reparten el protagonismo, en una enorme labor llevada por ambos. El primero, desenvolviéndose en una variedad de mini roles dentro de su rol principal; el segundo, mostrando una desfachatez que agrada y encanta, digna de alguien seguro de sí mismo que juega simple con lo que le pone la vida al frente.

El resto del reparto es un lujo. Por nombrar algunos: Al Pacino, Dakota Fanning, Emile Hirsch y Damian Lewis, quienes se convirtieron en debutantes con Tarantino; jóvenes y relativamente nuevos talentos, como Margaret Qually o Austin Butler; estrellas clásicas del director, como Kurt Russell (Death Proof, The Hateful Eight) y Michael Madsen (Reservoir Dogs, Kill Bill, The Hateful Eight); y hasta Lorenza Izzo, chilena radicada en Estados Unidos hace ya algunos años. Todos estos con apariciones más esporádicas, es verdad, pero haciendo la tarea de forma excelente, en justa medida, sin verse opacados ni opacando al resto.

Margot Robbie como Sharon Tate.

Todo transcurre en una narrativa quizás poco convencional dentro de lo que estamos acostumbrados en la filmografía del director y guionista. El clásico montaje por capítulos desaparece, para contarnos una historia sin más, un aspecto que ha sido la base de algunas críticas negativas que ha recibido la producción. Sin embargo, al mismo tiempo esto es primordial para finalmente absorber su esencia.

Quentin Tarantino ahora más que nunca se ha entregado al mundo como un libro abierto, con líneas plagadas de amor por Hollywood, el cine y toda una época. Algo que podemos ver no solo en la recreación estructural de esta última, sino también en una cantidad de símbolos, detalles y referencias que te trasladan a esa realidad, Ya sean personas, pequeñas alusiones en los diálogos o la banda sonora, elegidos y puestos en escena como con pinzas.

La suma de estos elementos se convierte en la identidad de la película, trazada como el tipo de comedia negra clásica en las historias de Tarantino, pero con una emocionalidad y melancolía especial por lo simbólico que termina siendo el desenlace. Soberbio, por una parte, porque esos treinta minutos finales son dignos de la mejor Tarantineada que hemos visto; y por otra parte, porque la ficción se convierte en el puente para, por casi tres horas, llegar a darle un mágico vuelco a esa fatídica madrugada del 9 de agosto de 1969.

De este modo, una nueva película de Quentin Tarantino ha vuelto a quedar en la memoria popular. Para algunos, aún lejos de ser una de las mejores cosas que ha hecho. Para otros, toda una pieza maestra. Pero si hay una certeza, esa es que Once Upon a Time… in Hollywood se ha posicionado como un clásico instantáneo, y su valoración habrá aumentado, cuando en 15 o 20 años más las personas necesiten no solo rememorar un tiempo que se fue, sino también lo genuino que puede llegar a ser el cine.

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