Enfrascado aún en la bohemia y la vida del rockstar, a los 58 años Andrés Calamaro parece no aprender de los excesos que han ido acabando, uno a uno, con varios de sus compatriotas argentinos. Mismos ídolos que, al final de su show, aprovecha de homenajear.
Pero lo que se ve en escena no es un espectáculo de excesos y decadencia. Al contrario, el porteño hace del lugar una tarima de un bar. Se para ímpetu frente al arena, como queriendo decir “aquí estoy, soy el mismo y no soy parte del declive” y apuesta un cuarto del concierto a “Cargar la suerte” (2018), la placa que lo trajo de regreso a esta sucia ciudad.
El desempeño es impecable. No hay desafinaciones ni pifias. La banda suena a todo golpe, con particular desplante de la guitarra de Julián Kanevsky y los coros del bajista Mariano Domínguez. Y es en ese entonces que el Salmón se la juega con un setlist malicioso que, cual doble ve, va y viene entre el recuerdo y lo nuevo. “Alta suciedad” da inicio e impone presencia, en un recital que, azarosamente, desafió el número de asistentes con precios por sobre la media, y una cancha completa y exclusivamente ensillada.
Calamaro juega y juega. Lo hace con “I’ve Got a Feeling” de The Beatles en “Clonazepán y circo” y luego con las emociones del público, en “A los ojos” de Los Rodríguez y otras como “La parte de adelante”, “Tuyo siempre” y “Crímenes perfectos”. Una pomposa respecta del público convierte al recinto en un local de karaoke, cada vez que el bonaerense saca sus cartas de la nostalgia bajo la manga.
De vez en cuando, en una mezcla rara entre un pastor y un animador de estelares, el músico toma la palabra y cuenta anécdotas dispares. Repasa todas las veces que ha venido a Chile y su relación con el país, su llegada a España y un affaire con “una rubia espectacular” en plenos años ochenta.
El público se divide. Los más fieles alaban cada palabra que sale de su boca y una mujer grita “yo era la rubia, Andrés” en reiteradas ocasiones, sin provocar algún efecto alrededor. Otros, en cambio, pifian por el sermón del Salmón. Con lujo y simpatía, Calamaro responde “no pifeen, que esta (historia) es buena” y sigue con el discurso. Él es quien conduce este show de televisión.
“Loco” y “Corte de huracán” abren la ronda de la euforia. Las sillas son olvidadas y el público se pone de pie. Suenan “Los aviones”, la famosa “El salmón”, “Estadio Azteca” y “Los chicos”. Menciona a Víctor Jara y al fondo, en las pantallas, la foto del chileno aparece junto a otros “invocados” como Violeta Parra, David Bowie, Luis Alberto Spinetta y Ramones. Al final, Calamaro repasa a Gustavo Cerati con la letra de “De música ligera” en el outro.
En ese rol de pastor de infomercial, el transadino tira todas sus cartas para el último corte. La “Milonga del marinero y capitán”, “Sin documentos” (Que empalma con “Rosa, Rosa” de Sandro”), “Paloma” y “Flaca” buscan complacer al público que busca los himnos, el bailongo y la melancolía. Calamaro se hace cargo de su religión sin recaer en los clichés del oficio. Se despide enérgico, como si los buenos tiempos de la juventud no se hubieran ido nunca. Una leyenda viva de rockstar eterno, que a base de la bohemia pura, se niega a envejecer.
Setlist
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Alta suciedad
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Verdades afiladasPlay Video
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Clonazepán y circo
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A los ojos
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Tránsito lento
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La parte de adelante
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Algún lugar encontraré
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Cuarteles de invierno
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Las oportunidades
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Falso L.V.
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All You Need Is Pop
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My mafia
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Tuyo siempre
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Crímenes perfectos
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Loco / Corte de huracán
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Cuando no estás
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Los aviones
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El salmón
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Estadio Azteca
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Los chicos
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Milonga del marinero y el capitán
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Sin documentos
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Paloma
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Flaca