“Mi nombre es James. Tengo 17 años y estoy bastante seguro de que soy un psicópata” Así se introduce el protagonista de The End of the F***ing World, la última apuesta adolescente de Netflix.
La producción relata en 8 capítulos la historia de dos adolescentes que no se sienten parte de la masa secundaria y deciden emprender un viaje juntos para huir de la cotidianidad que los sometía. Hasta ahí parece ser un tópico bastante recurrente, y así lo es.
Basada en el cómic homónimo de Charles S. Forsman, la serie intenta ser un reflejo de esa juventud nihilista, que reniega la modernidad y se mantiene reacia seguir los patrones conductuales del adolescente contemporáneo.
Cuenta con una fotografía armoniosa a la banda sonora, lo que facilita que su espectador ingrese dentro del juego cinematográfico y a su vez intensifica la sensación de inseguridad y frialdad presente en el espacio.
Un diálogo simple, pero reflexivo. Ambos protagonistas están en constante conexión con su voz interior, por lo que es muy recurrente que a lo largo de los capítulos existan breves soliloquios que expresan lo que el personaje piensa, siente y desea en el momento.
A pesar de ser una producción bastante virtuosa en tanto a detalles técnicos y de actuación concierne, existe un factor (probablemente aún no determinado) que evita que la serie genere adicción.
Existen capítulos en done el argumento se percibe forzado. La desobediencia desmedida e injustificada se torna ácida y poco digerible en algunos casos, lo que fastidia al espectador de vez en cuando. Asimismo la afición de los protagonistas por crear y mantener atmósfera violenta y hostil genera un clima de autodestrucción que, en ocasiones, es lo único que sostiene al episodio.
Pero la crítica aún no es clara respecto a este trabajo. Hay elogios como reproches. Lo mejor sería echarle un vistazo y dejar que tu propio juicio guíe tu elección.