Nunca Vas a Estar Solo: La práctica hace al maestro

Para ver la opera prima de Alex Anwandter es necesario dejar a un lado el papel de fan y despojarse al mismo tiempo de todas las expectativas posibles que se puedan tener entorno a la película.

La cinta relata la historia de Juan (Sergio Hernández), un trabajador de una empresa de maniquíes cuyo hijo gay, Pablo (Andrew Bargsted), recibe un violento ataque por parte de un grupo homofóbico. A causa de esto, debe luchar entre costear los gastos médicos de su hijo y llegar a ser socio de su jefe.

Está bien, dicen por ahí que las cosas nunca salen bien a la primera y en este caso corre algo parecido. El problema de “Nunca Vas a Estar Solo” se resume en una falla entre teoría y práctica. El filme tenía claras intenciones de llegar a ser una pieza política, transgresora y con una sólida crítica social entorno a los padecimientos de la comunidad LGBT. Pero algo dificultó la entrega del mensaje, y te las explicamos acá (obvio, sin spoilers):

“Nunca Vas a Estar Solo” es un proyecto ambicioso, que en tan sólo 81 minutos pretende reflejar la brutalidad del patriarcado y al mismo tiempo hacer de ello un título más dentro del cine arte. A rasgos generales se define como una propuesta potente que fue apagándose a lo largo de su producción, hasta terminar en una serie de escenas excluyentes entre ellas, entorpeciendo la comprensión de la película. Y con escenas excluyentes me refiero a una débil conexión entre una  y otra. Si bien el largometraje presentaba imágenes conmovedoras y otras intensamente alegóricas, cada una contaba una historia por sí misma, sin necesidad de apoyarse de la otra, perdiendo de esta manera la lógica “narrativa” propia de una película.

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Es que la problemática que aqueja a  “Nunca Vas a Estar Sólo” no reside exclusivamente en la secuencialidad de los hechos. Hay algo aún más preocupante. Un débil e insípido diálogo entre los personajes, ocasionado por un guión que no logró profundizar ni conmover en las escenas más potentes del film, sin duda significó una fuerte caída para el trabajo audiovisual de Alex. 

Pero no todo es tan terrible. Uno de los puntos destacables de la cinta es sin duda su banda sonora, la cual estaba a cargo del mismísimo Alex. Un sonido autónomo, que mantiene vivo el suspenso y crea ambiente. Aunque Obvio, considerando la trayectoria del músico no nos esperábamos algo menor. En el aspecto técnico, podríamos clasificarlo como un trabajo prolijo, con una fotografía bien desarrollada y sin mayores problemas en cuanto a su imagen. Sin embargo posee una escenografía que lucha constantemente por definirse a lo largo de la historia, un montaje que se mueve entre lo ochentero y lo milennial pero que termina por quedarse estancado y sin resolverse.

La actuación de Sergio Hernández fue simplemente maravillosa. A pesar de los problemas de guión, el actor logra perfectamente reflejar la miseria, el dolor y el dramatismo de este relato inspirado en la fatídica historia de Daniel Zamudio. El factor kinésico juega totalmente a favor de Hernández, quien tuvo la difícil tarea de proyectar una imagen parental destruida internamente por las desgracias que aquejan a su hijo.

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Hay imágenes intensas, profundas, que bordean la catarsis en el espectador. No obstante estos calificativos no estuvieron presentes en el clímax de la película, escena que por naturaleza debiese captar sentimientos, despertar emociones y alcanzar una empatia profunda con la audiencia, generando un compromiso con el desarrollo del relato, tal y como si estuviésemos insertos en ella.

Con personajes planos y poco dinámicos, que bordean lo monótono (salvo por Juan, rol interpretado por Hernández)  y que impiden darle una clausura rígida e impredecible. La película deja muchas cosas bajo la mesa, a medias, pendientes. La potencia sólo quedó en la idea y en el ejercicio se evidenciaron flaquezas imperdonables, incluso hasta para Alex. 

 

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