Puente (Un cuento gracias a Cerati)

“Adorable puente
se ha creado entre los dos.”

Gustavo Cerati 

En el colegio nos enseñaron una vez, que una de las conductas típicas de los alcohólicos era tomar solos.
Desde ese día, recuerdo que en mi curso las piscolas se volvieron un acto que requería de testigos, por lo que tal como lo veo ahora, probablemente el profesor jefe cumplió con su objetivo, o al menos logró otro que tal vez no había contemplado pero que sin duda es positivo. Porque luego de esa clase nos unimos más como curso, porque ya no queríamos tomar solos, no queríamos ser alcohólicos, así que nos juntábamos todos los fines de semana.

Pero hoy es viernes y creo que soy alcohólico, porque vine solo a Bellavista. Voy por la segunda piscola y no siento la mínima culpa por el hecho de poder ser alcohólico. Realmente quería estar solo y no sobrio. No quería venir con amigos que me preguntaran por ella, que ni siquiera la nombraré en este cuento, porque eso sería darle protagonismo, volverla un personaje, y el único personaje acá soy yo, y por primera vez en mi vida creo que soy el principal.

Tal vez eso la convertiría a ella en antagonista. Denme un segundo. Disculpe, si, otra piscola, blanca por favor, tres hielos. Ahora sí, porque de esta historia siento, y creo estar seguro de ser el héroe. Yo era un romántico, como el de ese libro del colegio “El niño que enloqueció de amor”, solo que yo no enloquecí de amor, ni me acostaré a morir por esta mina que insisto no nombrare. Incluso la acompañe a ver esa película española al cine donde el tipo enamora a la tipa diciéndole fea y de ahí se compran un candado y lo ponen en un puente, porque se aman, y el amor es como un candado que cierra un puente, o sea realmente no cumple una función fácil de definir, pero mientras esté el puente ahí el candado seguirá unido a él con las iniciales respectivas, porque de eso se trata el amor.
Así que fuimos a una ferretería y con un borrador líquido marcamos A y la inicial de ella.

Los hielos al final de vaso empinado acarician y adormecen en el frío mis labios y recuerdo sus besos, porque ella era fría, fría como el metal del candado que colgamos en el puente con nuestras iniciales marcadas con corrector. Porque pese a estar rodeado de otros cientos de candados, siento que el nuestro destaca en el puente, que es el único, que la gente se detendrá a mirar y tratará de imaginar a esa pareja que ahora no existe, y por eso es motivo de esta comparación mi candado, nuestro ex candado y no otro. Porque el amor es eso, es un candado rodeado de otros cientos, pero que sentimos como el único, como aquel que resalta por sobre todos los otros de parejas que vieron la misma película y siguieron el ritual al pie de la letra. El amor es creer en los candados por siempre, y en que el nuestro es distinto.

Yo no quiero que esté ese candado colgado en el puente, yo quería estar solo y no sobrio y eso se ha cumplido tal como explicité previamente al lector, pero la permanencia de ese candado me quita el sueño. No quiero atribuírsele al despecho, quiero pensarlo como un símbolo, arrancar el candado del puente, arrancar sus iniciales de las mías y lanzarlas al río.

Por lo que termino la piscola y golpeó el fondo del vaso contra la barra como cae un telón en un teatro, porque ahora cambiará el escenario y cruzaré Bellavista hasta el puente Pío Nono, con el viento nocturno en contra. Sorteo las ofertas de sopaipillas y cervezas en lata a quinientos, yo solo quiero llegar al puente y cerrarlo todo. O mejor dicho abrirlo todo, y pienso en ese libro del colegio del poeta que decía ser dios, recuerdo sus versos “que el verso sea como una llave que abra mil puertas”, quiero que este cuento sea una llave que abra el candado de nuestras iniciales, que nos desencadene de este amor que no fue, con aquella que no nombraré.

Estoy en el puente, este será el escenario ahora para que se desarrolle el clímax. Busco entre los cientos de parejas enamoradas atadas al puente. Busco mi nombre abreviado a una letra y encadenado al tuyo. Nos ubicamos al centro del Pio Nono, dándonos protagonismo, quiero arrancar el candado, recuerdo la llave, recuerdo que la arrojamos al río, para que la corriente se llevará la posibilidad de nuestro término. Esa noche volvimos a tu departamento e hicimos el amor pensando en que éramos inmunes al desencanto. Esta noche estoy un poco borracho, me arrepiento de que me hubieses visto desnudo esa noche, me arrepiento de haber arrojado la llave he intento romper este candado a golpes, estoy desesperado. A ratos pienso en que el caudal es bajo, en que nuestra llave podría estar bajo el puente y pienso en saltar. Y pienso que la imagen sería como la de un suicidio estereotipado por motivos pasionales, en caso de mi fracaso. Mas no puedo, me acerco a la barrera con intenciones de saltar y noto que está cerrada con candado, con el candado de nuestras iniciales.

Oigo un grito y veo la silueta de un hombre en la esquina de Bellavista y Pío Nono, se dirige hacía mi enfurecido, cruza el puente corriendo. Es el mesero del bar, quien me parte la mandíbula de un golpe porque olvidé pagar la cuenta de las tres piscolas, hice perro muerto, me golpea y me llama pendejo de mierda luego de retirarse dándome la espalda. Ahora soy un perro muerto, estoy botado a la orilla del puente Pío Nono, semi consciente y oliendo a pisco. Creo que soy alcohólico. Esa noche bebí solo.

Texto porFernando Hormazabal Bello

Foto porPablo Vásquez

 

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