A inicios de junio de este año, Pablo Stipicic se sorprendía luego de ganar por tercera vez el Pulsar a Mejor Productor Musical. Compartió en su Instagram una foto de niño cerrando con la frase “hacer música es como jugar, y poder hacer eso todos los días es un lujo”.
Lujo que encontró evitando las presiones de tocar en vivo, ofreciendo maquetas a sus compañeros de la universidad, mientras cursaba la carrera de música. Con el tiempo comenzó a trabajar con referentes de la música nacional, desde Rubio, pasando por Princesa Alba, Vicente Cifuentes, Angelo Pierattini, hasta llegar a artistas como Javiera Mena y Gepe.
Una aventura que lo tiene actualmente en México, junto a su familia, concentrado en nuevos proyectos y experimentando nuevas formas de trabajo. “Se usa mucho hacer sesiones con gente que no conoces para armar una canción. Eso siempre da nervio, porque te enfrentas a la nada. Todo ese proceso de romper el hielo es bien raro, pero ya lo he aprendido a manejar porque el otro también está desencajado. Estamos juntos en este desafío”, adelanta.
En paralelo, sigue cultivando su vínculo artístico con Rubio, que no solo se traduce en sus tres discos, sino también en crear música para producciones audiovisuales. “Es más cómodo, al menos para mí”, cuenta Stipicic.
Desde México, Pablo Stipicic profundiza más sobre su rol en la creación musical, las divisiones que lo alejan de Chile y sus desafíos.
¿Cómo nace el gusto de producir música?
De chico siempre estuve metido, tomé clases de guitarra, y no se me ocurría tanto de qué manera estar relacionado a la música que no fuese tocando, no había encontrado el ángulo.
Cuando descubrí la producción, que no sabía que existía, me gustó. Esa relación tras bambalinas y más tranquila, me acomoda mil veces más. Se relaciona mucho más con como soy: tener un horario, no te ponís nervioso, no es de noche.
Esto de que trabajas para otros artistas, y no para ti, o que vas moldeando ideas, es bien distinto a eso de tocar y el tratar de ser conocido. Nada de eso existe en la producción, es una relación más con la música.
¿Los nervios aparecen también a la hora de producir?
Hay un nervio en las primeras veces que te vas a juntar con alguien que no conoces. A veces me da miedo no rendir en la sesión, y eso se me pasa cuando conozco a la persona. Si me llego a bloquear, está la confianza para pasar ese obstáculo y seguir.
También el aceptar que a veces sale algo bueno, y a veces no. No es como el nervio de tocar en vivo, que lo encuentro terrible, muy estresante, es mucho más inhóspito.
¿Cuáles fueron tus primeros pasos en la producción? ¿Tuviste referentes?
Creo que nunca tuve un referente tan claro. Me gustaban músicos, o bandas, pero nunca he sido de saberme nombres de productores, o estudiarme mucho los créditos de los discos. No soy tan culto en eso.
Solo empecé, fui muy pragmático con eso. Hice demos, como ideas mías, y como estaba estudiando música, empecé a ofrecérselos a mis compañeros. Fue super loco, porque pasó no más. Tenía un computador en mi pieza, y me pasaba todo el día, me entretenía mucho, fue muy natural. Era como pintar, o cocinar. Cuando uno empieza en la cocina no se tiene un referente, uno se tira no más.
Nunca fui de estudiar a otro productor, eso ha sido recién ahora. Hay productores que se especializan en hacer algo que permite que la canción sea adictiva, y otros que todo lo que hacen se siente puro. Hay tipos muy distintos y me gusta admirarlos.
¿Qué motivó tu viaje a México?
De partida, no tengo decidido si voy a quedarme acá mucho tiempo. Sé que estaré hasta noviembre y después vamos a volver, y ahí ir viendo.
No me gusta tanto la idea de irme de mi país, pero me vine por dos razones. La primera es por la que todos vienen: hay más cosas pasando, tenía proyectos ya pactados. Fue una buena oportunidad para irnos mi hijo, mi señora y yo, por seis meses.
La otra es una sensación mucho más subjetiva. La he hablado con muchos chilenos, y al menos todos me dicen que sienten lo mismo: Chile está un poco fracturado, es un país que se odia a sí mismo. Hay una polarización que impide cualquier tipo de fraternidad, y de felicidad incluso. Es un país triste.
¿Sientes que el conflicto social está mucho más presente?
Se puede observar en todos los lugares. Dentro de la familia, en redes sociales para qué hablar. Hay una sensación del enemigo, el ‘nosotros y ellos’. Es un país que tiene grandes cosas pero que nadie las ve.
Acá les pregunto a la gente si les gusta vivir aquí, y me responden que sí, les encanta. Su comida favorita son los tacos. Hay un cierto amor, lo que no quiere decir que no hay problemas. Cuando uno odia a su país, odia a la gente, porque Chile es la gente. Eso permea todo. Si preguntas a alguien en Santiago si le gusta vivir ahí, nadie te dirá que sí.
Violeta Parra es increíble, pero alguien de derecha dirá que era comunista, o fea. O que Jorge González era flaite. Ni siquiera en eso podemos ponernos de acuerdo. No hay chance de reconciliarse.
Mucho del arte está atravesado por eso, los medios también. Pareciera que, si en Chile no estás constantemente pronunciándote políticamente, está mal. Entiendo el momento, pero creo que es más profundo.
En octubre de 2019, Pablo Stipicic participó en la producción y mezcla de la reversión de “El Derecho de Vivir en Paz”. La instancia reunió a varios músicos chilenos para retratar el malestar social y, a través de una inmensa variedad de estilos, llamar a la búsqueda de soluciones.
¿Cómo podríamos reconciliarnos?
No sé cuál es la respuesta. Boric habla mucho de eso, que el chileno no puede crecer si la sociedad no sana. No sé cómo se hará.
Egoístamente me pareció un buen momento para no estar respirando esa fractura. Me tiene cansado. Puede que también tenga que ver ahora con que soy padre. Lo hemos hablado con mi pareja, nos gusta la idea de criar a nuestro hijo en un ámbito distinto a ese.
El mundo está sacudido, con muchos cambios grandes, pero yo veo que a Chile le puede ir bien en esa aventura, pero depende de muchas cosas. Si puedo estar acá un México un tiempo, con mi cabeza en otras cosas, lo agradezco igual. Seguro sea pésimo decirlo.
¿Cuáles son los proyectos que te tienen en México?
Estamos terminando de grabar el cuarto disco de Daniela Spalla, una artista argentina que está con Universal Music y vive acá hace nueve años. Se cerró antes de que me viniera, y es lo que me ha tomado más tiempo.
También hay dos proyectos de Universal que empecé a producir en noviembre del año pasado aquí también. Una es una René y otro es Christian Jean, que canta en un dúo llamado Reyno, un dúo pop rock de la onda de Zoé. También algunas sesiones, y cosas que han salido con artistas independientes a su ritmo.
Había venido Fran Straube (Rubio) para trabajar en el disco que estamos haciendo, además de trabajar en música para una película mexicana, que lo empezamos a hacer desde Chile. También viene Princesa Alba a trabajar un par de canciones, y luego Gianluca.
Con Rubio ya has trabajado en sus álbumes, pero también en música para películas y series, ¿Hay diferencias en la forma de trabajar?
Rubio ha tenido un acercamiento a ese mundo, pero siempre fue música que ya estaba hecha, y que habían decidido usar. Una serie mexicana, Señorita 89, tuvo siete canciones que ya existían.
La directora de esa serie es la misma de la película, y eso derivó en que hiciéramos la música para el filme, y ahí fue diferente. Fue como crear la música entera, desde los créditos, hasta instrumentales. Es más cómodo, al menos para mí, ya que no te enfrentas a la nada de ‘qué hacemos hoy’ o incluso ‘quén soy’.
De repente los artistas terminan un disco y quieren hacer algo distinto y no saben. Pero en la película hay mucha información, una historia y un clima. También la gente de la película te dice lo que se imagina.
Stipicic menciona que su estilo de trabajo es 100% colaborativo, tanto con Rubio y Princesa Alba, aunque con Daniela Spalla “llegó con las canciones hechas, maqueteadas por ella”. Sin embargo, el diálogo es permanente. “Si la artista no artista no mete las manos en la masa no se impregna de su esencia. Me baso mucho en la otra persona, voy preguntando. Si las canciones no quedan honestas, no gustan a nadie”, postula.
Tu trabajo se basa en el diálogo constante con el artista, ¿qué pasa con los proyectos colectivos?
Es bien distinto. Hace mucho tiempo que no trabajo con bandas. Y es distinto, no quieres pasar por encima de ninguno, hay siempre alguien que no lo escuchan, o traen sus propias dinámicas. No sé si necesariamente es más difícil, pero hay diferencias. El rol de productor igual es ser conciliador, es inevitable tratar de serlo, porque uno quiere que a todos les guste lo que estás haciendo, a través del consenso.
En una entrevista a Culto, hace ya cuatro años, comentabas que querías hacer música que te sintiera orgulloso, ¿sientes que has podido cumplir ese desafío?
Sí, porque siempre busco que las cosas no sean genéricas, sino honestas y tengan algún tipo de particularidad, y siento que eso no lo he transado. Las cosas que he trabajado en el mundo urbano, por ejemplo, siento que son lo menos genéricos del mundo.
Este año recibiste el Pulsar 2022 a Mejor Productor, ¿qué se siente volver a recibir el galardón?
Siempre es rico ganarse algo (risas). Ya es tercera, me sorprende. Pensé que este año iba a ganar el Seba Aracena (productor de Mon Laferte). Ahora me pregunto qué hacer para después, pensé en no volver a postular, no porque crea que lo ganaré de nuevo, sino porque no me lo van a dar (risas).
Me honra obviamente, porque siento que se ha establecido mi nombre, y eso me genera una sensación de orgullo. Es bonito.
¿Hay bandas o proyectos a los que te gustaría producir a futuro?
Inti-Illimani o Quilapayún sería maravilloso. Siempre he tenido la fantasía de hacer un disco con Roberto Márquez, que fuera su voz, junto con elementos andinos, y con algo de otro mundo. Hace años llegué a hablar con su mánager, pero no me pescaron.
Sobre bandas de cumbia como Santaferia, no cacho nada de eso, lo haría muy mal. Uno tiene que saber hasta dónde le llega su expertiz. No soy conocedor de eso, a menos que quieran hacer una cosa más ecléctica.
El pop no es un género. Está definido por el hecho de ser popular, porque le gusta a la gente. La cumbia o la bachata, en cambio, son géneros, hay cosas más establecidas. Es menos complejo en la exploración. Mientras que en el pop podemos decidir si ponemos o no un bajo de trap y un charango. Aquí se puede reinventar la rueda, podemos mezclar cosas, no hay parámetros.
Cuando trabajé en el disco de Vicente Cifuentes, él tenía súper clara ciertas cosas para que se sintiera como bachata. Yo le decía “pongamos un bombo electrónico”, y él sentía que se perdía el baile de la bachata. Y claro, lo entiendo, pero en el pop no existe eso. Es la manera que más me gusta enfrentarme a las cosas.
La mayoría de la gente con la que trabajo busca eso, no quieren rendirle homenaje al género, sino que hagamos una canción que quede súper bailable, que emocione.