Sixto Rodríguez, sugar man: el desconocido que se convirtió en leyenda

Un hombre común y corriente saca un disco, fracasa y continúa con su vida sin saber que alcanzó la fama y que podía ser ovacionado en un país entero como si fuera un mismo miembro de los Rolling Stones. Rodríguez es la historia viva de un simple obrero de la construcción que en su juventud jugó a ser músico y sin saberlo, junto a sus letras y melodías se convirtió en inspiración y una leyenda musical.

Sixto Díaz Rodríguez, más conocido en la escena como “Rodríguez” a secas o simplemente “Sugarman”, nació el 10 de julio de 1942 en Detroit, Michigan, Estados Unidos. Hijo de inmigrantes mexicanos, detalla en su propio nombre su posición al interior de la familia.

El menor de seis niños, un pequeño que encontró en la escritura y su voz un refugio que lo empujó lentamente a una atípica carrera. A los 25 años se arriesgó y junto a su guitarra fue retratando poco a poco cada experiencia de la vida y su entorno en las melodías, buscando cumplir su sueño adolescente, ser cantante.

A fines de los 60’, un joven intentaba conseguir un espacio para mostrar su arte. En 1967 graba “I’ll sleep Away”, su primer single y con una canción en mano decide probar suerte tocando entre bares. Al año siguiente, dos productores lo escuchan tocar en un local bohemio junto al río de Detroit. Firma un contrato con ellos bajo el sello “Sussex Records”, parte de la conocida discográfica de folk rock “Buddah Records” en Estados Unidos.

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Tiempo después lanza al mercado su primer álbum “Cold Fact”(1970) y posteriormente, “Coming From Reality”(1971), sin lograr el éxito que esperaba en Norteamérica. Sus discos si bien obtuvieron buena recepción del público, esta no se vio reflejada en sus ventas. Debido a este fracaso, el cantante decide borrarse del mapa. Tiempo después el sello se va a la quiebra.

Cuenta la historia que una joven estudiante sudafricana que se encontraba de intercambio en EE.UU en los setenta, viaja de regreso a casa con un disco en la maleta para regalárselo a un chico. El CD prometía, lo compró pensando que su autor sería el nuevo Bob Dylan de la época, porque así lo promocionaban. Con melodías folk y letras subversivas que hablaban sobre la calle, drogas, excesos, discriminación, el amor y la vida en sí, se convierte en un éxito entre aquellos jóvenes que buscaban tratos dignos en plena década de los 70, donde el Apartheid, un sistema de segregación racial estaba en su apogeo.

Rápidamente se distribuye su música entre la juventud de países como Sudáfrica, Zimbabue, Nueva Zelanda y Australia, transformándolo en un cantante reconocido y solicitado en las radios que felices transmitían sus canciones. Sin buscarlo y gracias a este hecho, Rodríguez se convierte en un éxito, un ícono en otro sector del mundo. ¿Cuál era el problema?, él no tenía la más mínima idea.

Nadie podía contarle que antes de que “Sussex” quebrara, “Blue Goose Music”, un sello Australiano compró los derechos de sus álbumes, reeditándolos sin parar hasta lograr que el cantante obtuviera el “Disco de Platino” en Sudáfrica, debido al éxito de sus ventas.

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No había forma de encontrarlo para explicarle lo que sucedía, porque su apariencia y sus datos personales eran una incógnita indescifrable. Sólo se contaba, supuestamente, con la precaria fotografía de la portada de “Cold Fact”, que lo mostraba oculto con sus lentes oscuros que evitaban exponer su rostro ante el mundo. Nadie sabía quién era realmente “Rodríguez”, porque sólo ese apellido aparecía en la información del disco. Se convirtió poco a poco en un cantautor fantasma, en una leyenda.

Rodríguez era un hombre invisible, un ser incógnito que inspiraba diversos rumores dignos del típico rockstar, de la figura pública exótica. Sus seguidores, por ocio o por frustración de no saber más de su ídolo comenzaron a inventar diversas historias que permitían de alguna manera dar un cierre a tantas dudas. Una de las más populares, difundida por años entre aquellos que apreciaban su música, era la historia de que el cantante se había suicidado en el escenario, prendiéndose fuego mientras se presentaba ante el público en los años ochenta. Pero la verdad era muy distante.

Según detalla el documental de Malik Bendjelloul, “Searching for Sugar Man”, inspirado en su historia y ganador de los Premios Óscar 2012 en su categoría, a través de una extensa investigación y gracias a un sitio web publicado por Stephen Segerman, uno de sus seguidores, en 1997 logran contactarse con Mike Theodore, uno de los productores de su primer LP, quien entrega valiosa información que los motiva de manera desesperada y bajo el lema “Buscando a Jesús”, a intentar armar los hilos de la historia.

Se contactan con Eva Rodríguez, hija del cantante quien rápidamente desmiente los rumores, detallando que su padre estaba vivo y que luego de fracasar como músico se dedicó por más de cuarenta años a trabajar como obrero en Detroit, Michigan.

Rodríguez se había convertido en una estrella y no tenía idea. Siguió su vida después de su incursión en la música en los setenta, enfocando todo el tiempo en trabajar y ser un padre de familia, viviendo con lo justo en el mismo barrio que lo vio nacer. Luego de reunirse con aquellos que lo buscaron de manera insaciable, logró experimentar cuarenta años después la magia de ser reconocido, llenando estadios con más de cinco mil personas en Sudáfrica que lo ovacionaron orgullosos de por fin conocer a su ídolo, ese que los inspiró junto a sus melodías a seguir adelante.

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A pesar de conocer los lujos de la fama, Rodríguez continuó viviendo su misma rutina. Tocó el cielo con los dedos como una estrella de rock sudafricana y volvió a su hogar en Norteamérica, como si esa experiencia hubiera sido sólo parte de un sueño imaginario de su juventud. Mantenía una especie de doble vida entre la música y su rutina diaria.

No obstante,El Mostrador publicó en el año 2013 que toda esta mágica historia no era más que eso. Hechos adornados para el documental, que se dejan ver supuestamente al evidenciar que Rodríguez pisó tierra Sudafricana en 1971, 1981, 2000 y 2001. Por lo tanto, era imposible que nadie pudiera localizarlo. Sin embargo, la leyenda de que un desconocido se aventuró con su pasión y sin saberlo se convirtió en un éxito es lo que mantiene viva la reputación del cantante el cual continúa con su carrera vigente.

Hoy tiene 75 años, ya no tiene la misma voz de antes y ha perdido gran parte de la vista. Todavía no recibe el dinero de los discos que vendió bajo las reediciones del sello en Sudáfrica o Australia entre los 70’ y 80’ y lo que ha ganado con sus giras y conciertos lo guarda para compartirlo con su familia y amigos. A pesar de no tener la apariencia y cantar como en sus mejores tiempos, Rodríguez continúa agendando eventos a lo largo del mundo para satisfacer a todos aquellos que buscan cautivarse con su exótica historia casi sacada del mejor cuento de ficción.

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