Estoy escribiendo sobre Noche en la Ciudad bajo toque de queda. Hace poco más de dos meses que la vida nocturna no existe y nuestro cotidiano se redujo a una sola cosa: el encierro.
Es triste. Y lo peor: es verdad. Una nueva verdad.
Así como Charly García es la banda sonora de mi cuarentena, Los Prisioneros es todo lo que me recuerda al exterior. En mis recuerdos próximos estoy coreando a grito pelao El Baile de los Que Sobran junto a una multitud de encapuchados y desconocidos con los que, después de tanto tiempo pintando el mono en Plaza Dignidad, comparto cierta complicidad.
La mayoría de las canciones de Los Prisioneros tratan justamente de eso: de la injusticia, de la rabia conjunta. Son letras con alto contenido político, que apuntan con el dedo o alzan el puño.
Pero en medio de todo este rock díscolo y desafiante aparece Corazones (1990). Las pasiones frustradas, los amores imposibles y los corazones rotos le revuelven la guata de un aproblemado Jorge González que, por un momento, deja a un lado un contexto político-social convulsionado y apuesta por un disco más bien íntimo e introspectivo.
Y entre ellas, camuflada entre la estrechez de corazón y las historias poco originales, se asoma Noche en la Ciudad: probablemente la única canción bailable del álbum y la más distante del tópico amoroso.
“Esta canción es el hoy: todos guardados. Y sospechosos. Quién sabe lo que se hace en la noche cuando estamos todos encerrados”, dice González en una entrevista a La Tercera.
Ejemplo –o una bofetada para los incrédulos–: «Todos vecinos, todos sanos / todos comiendo cosas ricas», versa una parte de la canción. Prendo la tele y en las noticias pasan imágenes de barricadas. Hay protestas en distintos sectores vulnerables del país. Suenan cacerolas en El Bosque y La Pintana. La gente reclama falta de alimentos.
Noche en la ciudad se burla de un discurso que se desmorona. La familia funcional, la casa propia, el trabajo estable y el buen sueldo: una postal del primer mundo. Ese discurso lo escuchamos a diario y que el gobierno lo aprieta con fuerza.