Wilco en el Teatro La Cúpula: La catarsis va por dentro

La acogedora música de Jeff Tweedy y compañía parece ser un panorama imperdible para esta fría noche de lunes. A casi nueve años de ese memorable debut en el Teatro Caupolicán, la fanaticada no parece haber crecido mucho con los años. No son una banda de hits, pero quienes sintieron un calor especial al escuchar discos como A Ghost is Born o Summerteeth sabían que había que estar presentes en esta jornada.

Veo rostros que se repiten de aquella cita del 2016, y muchos que lucen felices con sus looks casi idénticos al del líder de esta agrupación de Chicago, quienes se reparten cómodamente entre las gradas del Teatro La Cúpula, un lugar ideal para un show de este tipo: íntimo y con excelente acústica, ideal para apreciar cada detalle que emana desde el escenario.

El primer impacto confirmó este último punto: Niño Cohete, el reformado cuarteto de Concepción, dejó lucir su sonido preciso y orgánico con gran eficacia. Además de repasar los singles más destacados de su catálogo, mostraron sus nuevos trucos: los temas de Donde las serpientes toman el sol, su primer disco en una década.

Tras un breve receso, Wilco apareció entre luces apenas atenuadas, dando inicio a un show de desborde controlado, donde la energía de cada músico estaba puesta al servicio de lo que tenían entre manos: riffs brillantes, feedbacks precisos y arreglos finos de una sección rítmica en estado de gracia.

Con un setlist que recorrió su extensa discografía, con especial énfasis en sus celebrados trabajos de mediados de los 2000 (A Ghost is Born de 2004 y Sky Blue Sky de 2007), los de Chicago ofrecieron lo mejor de lo suyo en estado natural, como si este escenario del Parque O’Higgins fuera su propia sala de ensayo.

La conexión con el público local se sintió especialmente en los momentos más dulces de su repertorio, con canciones como “If I Ever Was a Child”, “Hummingbird”, “Impossible Germany”, “Jesus, Etc.” y “I Got You (At the End of the Century)”. Aunque, en realidad, era imposible quitar la vista de lo que ocurría sobre el escenario.

Lo de Wilco es simple y directo: grandes canciones para la vida, que se disfrutan sin adornos ni un frontman preocupado de atraer reflectores. Fue, como pocas veces, un show con sonido de alta fidelidad, de esos que se gozan sin pensar en las consecuencias del día siguiente (ese molesto zumbido en el oído).

Durante dos horas, presenciamos un espectáculo único, con músicos en plenitud de sus facultades, con una magia intacta y sin el afán de defender material nuevo, como suele ocurrir en las giras que pasan por estos lados.

Hubo sorpresas para todos, desde clásicos hasta joyas recientes, como la hermosa “Bird Without a Tail / Base of My Skull”, que permitió ver a la banda entregarse a la distorsión con elegancia. Y aunque muchos se quedaron con ganas de más, o extrañaron algunos esenciales de su historia (como “Heavy Metal Drummer” o “How to Fight Loneliness”), nadie quedó indiferente tras un concierto de esos que se recuerdan por años, y que vale la pena repetirse cuantas veces sea posible.

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