Radiohead – A Moon Shaped Pool (2016): La música importa

Al contrario de lo que diversos medios han sugerido estos días, “A Moon Shaped Pool” no es un disco de descartes.  Las únicas tres canciones antiguas que Radiohead rescató para su último álbum son True love waits (1995), Burn the witch (2003) y Present tense” (2008).

Las otros temas previamente conocidos son fruto del proceso creativo para este disco: “Ful stop” e “Identikit”, fueron compuestas durante los ensayos para la gira de promoción de su LP anterior, “The King of Limbs”, y estrenadas en vivo durante la misma, en 2012. Luego están “Desert island disk” y “The numbers”, que Thom Yorke tocó en diciembre del año pasado en Francia, cuando la banda llevaba tres meses en el estudio.

Los Radiohead acostumbran retomar canciones antiguas para un nuevo álbum cuando encuentran el arreglo y el contexto adecuado para ellas. Lo bueno es que en esa tarea -hasta ahora- siempre han acertado. En los 11 tracks de “A Moon Shaped Pool” no hay relleno, sino sólo buenas canciones arregladas con tanta atención que exigen varias escuchas para acceder a cada detalle.

A primera oída destacan las cuerdas, que generan tensión (“Burn the witch”), enriquecen melódicamente (“Tinker tailor soldier…”, “Present tense”), agregan dulzura (“Glass eyes”), alcanzan lo siniestro (“Daydreaming”) y hasta se roban la película (“The Numbers”).

Es la mano de Jonny Greenwood, que ha desarrollado una carrera paralela a Radiohead no sólo componiendo soundtracks (“There will be blood” y “Norwegian Wood”, por ejemplo), sino también ejecutando piezas de su autoría junto a ensambles como la BBC Concert Orchestra, la Australian Chamber Orchestra y la London Contemporary Orchestra. Es con la LCO que Greenwood grabó el soundtrack para “The Master” en 2012, y aquel background colaborativo probablemente lo motivó a llamarlos para este álbum, para el que también aportaron coros.

Los pianos y las guitarras acústicas son protagonistas en el noveno disco del quinteto de Oxford, con el Ondes Martenot (“Tinker Tailor…”), el Kaoss Pad (“Daydreaming”), la guitarra eléctrica (“Identikit”) y el bajo (notable en “Decks Dark”, “The Numbers”, y muy “Airbag” en “Burn the witch”) en un segundo plano pero resaltando cada vez que aparecen.

Temáticamente, el álbum abre con las preocupaciones orwellianas clásicas de la banda (“Burn the witch”), para después embarcarse en diversas descripciones de un escenario post-apocalíptico, que puede ser tanto social como personal.

Está la negación frente a la verdad por dolorosa (la pegote “Identikit”) o poco conveniente (“Ful stop”, una agresiva mezcla de krautrock con la materia pasada en el aula de “The King of Limbs”). En “Desert island disk” Yorke canta, sobre una guitarra Nick-Drake-eana de compás irregular, acerca del inesperado optimismo frente a un cambio no deseado. La musicalmente luminosa “Decks Dark” viene a ser el opuesto a ese reencuentro con los queridos muertos que es “Pyramid Song”, porque versa incrédula sobre la futilidad de la vida y la inexistencia del más allá (“era todo una broma”, repite bajo tierra).

Tanto “Daydreaming” como “Present tense” hablan del escapismo, pero la segunda se centra en el arte como forma de evasión de la realidad. Con una guitarra y unos redobles que recuerdan a la samba brasilera, Yorke describe lo que parece una tesis sobre el carnaval de Río: la alegría momentánea del baile nos servirá de arma contra el duro presente.

“The Numbers”, sin embargo, es la más abiertamente social del disco. Presentada al mundo como “Silent spring” –y renombrada probablemente para calzar en el orden alfabético del tracklist-, critica que la gente deba estar al servicio de la economía (los mentados números) y no al revés. Es lo más cercano a una canción de protesta que tenemos de Radiohead, con una guitarra acústica que parece una versión de “Optimistic” tocada por Neil Young.

Cierra el disco “True love waits” que, en un arreglo con varias texturas en piano, se arrastra más dolorosa que la versión con guitarra acústica conocida en “I Might Be Wrong: Live Recordings”. Suena menos a una conversación con alguien querido, como antes, y más a un ruego solitario en la mitad de la noche.

El momento escogido para lanzarla junto con el ánimo presente en el resto de las letras de este disco, ha llevado la conversación a direcciones faranduleras. El foco parece estar más en la reciente separación de Yorke que en la música, lo que es un desperdicio.

Ha pasado este año también con “Blackstar”, donde la prensa y el público se farrearon el análisis de una obra que dobla géneros, por centrarse en las “pistas” proféticas que Bowie supuestamente sembró en su último disco.

No hay duda de que las catástrofes personales de sus autores se cuelan en las obras que producen, pero lo importante es el resultado de la sublimación de aquel padecimiento en el arte. Es la música lo que nos queda y lo que nos sirve para nuestros propios apocalipsis. Y en “A Moon Shaped Pool” hay música de sobra. Hay que aprovecharla.

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