Es jueves por la tarde en Concepción. Una ligera lluvia cae, tan minúscula que para sus habitantes pasa desapercibida, por lo acostumbrados que están a los intermitentes cambios de estación. Por la Diagonal, Omayra Toro (Santiago, 1995) se acerca en bicicleta. La última vez que la vi, hacía su vida como una flamante científica dedicada a los recursos naturales.
El presente transcurre en el cuerpo de esta santiaguina que adoptó al Bío Bío como su casa para hacer ciencia dura en 2016, más hoy está dedicada a tiempo completo a la exploración del teatro.
Una serendipia que, en sus palabras, le ha permitido habitar nuevos estados que, si el reflejo de su pasado le permitiera ver lo que está haciendo, quizás no se reconocería.
En una mesa del bar Neruda, donde a veces caen goterones acumulados de una carpa que nos protege, ella abre las puertas de su historia.
“Conocer, entender el mundo, y saber que no todo es excesivamente racional”, señala ante este cambio de 180º; una decisión difícil para quien su vida ha estado marcada por la búsqueda de respuestas.
A los 16 años, Omayra paseaba por encuentros internacionales de ciencia. Fue a la Antártica a investigar bacterias en los hielos, tras ganar la Feria Antártica Escolar junto a una compañera, investigación que escaló hasta conseguir el primer lugar en una competencia mundial sobre investigaciones relacionadas con al agua, recibiendo el premio de la mano de la princesa Victoria de Suecia. Dicha experiencia le abrió nuevas puertas, desde darle la mano a Piñera -recuerda con sarcasmo– hasta ser elegida como una de las 100 jóvenes líderes del 2013 por el diario El Mercurio.
“Viví cosas atípicas”, dice quien en una etapa más madura, mientras cursaba Ingeniería en Conservación de Recursos Naturales en la U. de Concepción, pasó un semestre en University of Montana en Estados Unidos y realizó su práctica profesional en la Society for Ecological Restoration, organización internacional con presencia en 100 países que promueve la restauración ecológica.
Una mujer trabajólica, gustosa de hacer muchas cosas a la vez, siempre. Incluso, siendo estudiante, llegó a ser parte del directorio de la Red Chilena de Restauración Ecológica, codeándose con personalidades de CONAF o del Instituto Forestal, tratando “de tú a tú” a los y las investigadores.
“A veces miro para atrás y digo, chucha, guau, cuático, manso salto igual”. Omayra suelta esa frase con una risa que no quita la seguridad que caracteriza su hablar. Tras estar involucrada con la naturaleza y la ciencia, el arte hoy configura su mirada.
Salto al vacío
El currículum que tiene Omayra le permitiría estar trabajando en el lugar que desease, más hoy vive como profesora de ciencias e inglés en un colegio libre para estudiantes neuro divergentes, mientras comparte sus tiempos como productora en la compañía teatral Práctica Escénica de Concepción. Ahí, crea y escribe para ampliar su conexión con el escenario, en compañía de colegas que vieron en ella talento, pasión y devoción por el teatro.
“Pienso que la actuación es una mezcla de actitud y personalidad mezclado con la observación”, admite quien desde muy pequeña fue “muy buena para observar cosas”, al nivel de que su madre la trataba de “fijona”.
De sus años en Quilicura, rememora la inocencia por observar el mundo, su fijación de infancia con los baños o con los detalles de los rostros de las personas. Una cualidad que sirve para la ciencia y más para el teatro, donde la interpretación requiere de pequeñas acciones que permitan adentrarse en los personajes, para generar empatía con el espectador.
Frente a su salto al vacío, sabe que muchas personas podrían cuestionar su decisión de dejar la labor científica, sobre todo por lo tentador que es tener una vida cómoda, pero ella no se presta para esas cosas. “También podría estar en la ONU si yo quisiera, conozco gente. Yo sé que podría porque yo soy una perra genial que obtiene lo que se propone”, afirma con actitud, y luego agrega: “Pero no, no me hace sentido. Yo no podía estar ahora en la Academia por la jerarquía y los abusos de poder que hay y que nadie habla sobre cómo se ejercen”.
Parafraseando la novela Stoner de John Williams, la universidad está hecha para personas que no están preparadas para vivir en el mundo real; frase que le hace sentido a Omayra Toro. Dedicarse al arte no solo significa salir al mundo para enfrentarse a los sentimientos de un otro, sino también una forma de combate contra el sistema que vivimos, un mensaje en favor al ocio.
Hace cinco años atrás, la Omayra científica habría respondido que el ocio “no es bueno, porque hay que producir. Digamos las cosas como son, también pensé que era una pérdida de tiempo”. Ella se toma una pausa, bebe un poco de cerveza, y vuelve a responder. “Yo siento que nací para esto… Para actuar y crear… He estado tan conectada con mi espiritualidad, confiando tanto en mi intuición”.
La decisión no ha sido fácil. Al igual que en la investigación, el método es importante y se trabaja. En este corto tiempo, a casi dos años desde el salto, Omayra Toro ha tenido acceso a otros tipos de conocimientos, que le permiten entender su cuerpo.
Reflejo de ello es recordar como antes no podía subir los brazos porque estaba tan acostumbrada a estar sentada frente a un computador con una postura en 90º que, cuando tenía que entrenar en la compañía y levantarlos, se volvía un “desafío tremendo”.
Crear como necesidad
Su primera apuesta en este mundo desconocido hasta entonces fue una forma de expresar todas las críticas que no tenían espacio en su quehacer científico.
“Laura” es un monólogo, donde Toro se transforma en una política tecnócrata, amante de la naturaleza, que propone el uso de la Inteligencia Artificial al servicio del medio ambiente, explorando temas como los matices del poder y el ecofascismo.
“Si los recursos son limitados, ¿quién merece vivir?” es la sinopsis de la obra que, a través de herramientas sonoras y la palabra, abren un viaje a un futuro distópico no muy lejos de la realidad.
Omayra, quien oficia como dramaturga y actriz, reconoce que parte de la inspiración nace de los microfascismos que suelen escucharse de aquellos aferrados al conocimiento científico sin tener una base de calle o “escuchar a la señora que tal vez va contigo cuando vas en la micro”, dice.
En 2023 presentó “Laura” en la Alianza Francesa de Concepción, en compañía de Luciano Oliva, encargado de diseño, y Pedro García, encargado audiovisual, y bajo la dirección de Aukanaw Campos.
Su debut formal en las tablas la llevó a recordar su experiencia en segundo básico como conejo en la obra “Alicia en el País de las Maravillas”. Un personaje energético, con el que según recuerda sacaba risas. “Cuando la gente se reía yo sentía un bienestar en mí, nutrición, algo que me sumó. Disfrutaba los focos que no te hacen ver las caras de las personas”, destaca.
El hecho de identificarse como un ser sensible tras convivir con el arte se contrasta con su antigua personalidad estoica e insensible.
“Me costaba empatizar. oprimía esas cosas, siempre tuve corazas, mostrarme muy intelectual, no mostrarme vulnerable, sincera”, reconoce. Reencontrarse con esas sensaciones largos años después le ha permitido explorar la sensibilidad, algo que había omitido por esta prohibición de la racionalidad que forjó, tras una década bajo una coraza. Sin embargo, tras el cierre de ciclo, conserva lo positivo, sobre todo una herramienta que la diferencia, su facilidad de hablar, una pulsión, un don de comunicar.
Reflejo de ello es que, tiempo antes de dedicarse de lleno a la práctica teatral, Omayra Toro llegó a fundar una empresa con unos amigos. Trófica es una start-up que en su sitio web promete “brindar eficiencia y tecnología al trabajo en terreno y a la recuperación de los ecosistemas”.
Una experiencia con la ganó un concurso regional de startups, tras enfrentarse a un jurado donde tuvo dar un pitch de 3 minutos. “Para mí, fue hacer una dramaturgia, saber qué decir y listo. Es el don de comunicarse”, admite.
Con dicho premio, Omayra fue a Sao Paulo, Brasil, y Montevideo, Uruguay, a vender el negocio. Un viaje que marcó el punto de inflexión para dar el salto. Junto con decepcionarse del ambiente científico, ella entendió que “ni la conservación ni nada nos va a afectar hasta que no hablemos del problema real: el turbocapitalismo”.
Aquí, Omayra parafrasea algunas ideas de Nancy Fraser, pensadora y feminista norteamericana que habla del “capitalismo caníbal”, tomando una postura anárquica con esta realidad, donde el cambio climático se ha convertido en un punto de no retorno.
“A mi no me gusta que me engañen, que me mientan, y que lleguen personas y me digan que emprenda, que se puede, cuando hay un sustento cruento del extractivismo, del valor de las cosas, de la necesidad de siempre hablar siempre en lenguaje del dinero”.
Lo cierto es que Omayra encontró una necesidad, y ha puesto su tiempo a disposición para aquello. Dedica su tiempo al ocio, a escribir, a tener reuniones con colegas artistas para pensar las próximas obras de teatro.
Salir del clóset
Pasar de la ciencia al arte es otro closet que Omayra Toro tuvo que abrir. Abierta lesbiana desde temprana edad, reconoce que son varias las capas con las que ha tenido que cargar. Primero, como científica en un ambiente masculinizado y, al mismo tiempo, como lesbiana en un mundo “patriarcal, homofóbico, y lesbofóbico”.
Ella sabe que el hecho de ser científica, o haber estado en la Antártica, le han permitido forjar un autoestima para enfrentar una realidad que aún no está hecha para todas las mujeres. Hoy, ella ve su existencia y presente como una suerte de performance, donde anhela que la muerte la encuentre con su mejor outfit, haciendo las cosas que disfruta.
“Si he de morir, que sea en falda, y andando en bicicleta”, bromea, mientras trata de enumerar las cosas que le ha permitido encontrar en el arte. La valentía ha sido un desde para afrontar el futuro, de dejar la comodidad que construyó para saltar al escenario.
Tras este ejercicio de mirar hacia atrás, cada vez se confirma a sí misma que su devenir tiene que estar ligado con la creación artística.
“Te juro que hay algo que ocurre dentro de mí, llamémoslo pulsión, pasión, pero es algo con lo que vengo cargada”, plantea, recordando a su padre gasfiter, taxista y artista. Si algo se ha explorado en la ciencia es la genética, por lo que lo azaroso de su porvenir debe tener relación con la sangre y los vínculos en los que se creó, criada para siempre tener una opinión.
Antes de parar la grabadora y refugiarnos de la lluvia y el viento que aumenta en la noche penquista, Omayra decide hacer una suerte de decreto. Se toma un minuto, respira profundo, y decide pensar en el futuro.
Ella sabe que Concepción le está quedando pequeño, y que el teatro en lengua castellana se debe estudiar en otras latitudes. Preparando una segunda obra, ya se plantea que tiene que ir a Argentina o Uruguay a estudiar actuación: “Eso es lo que quiero hacer”.
Con el destino y sus malabares, Omayra Toro ha sabido sortear las incomodidades que han visitado su pecho, una fuerza que aprieta y la lleva a hacerse cargo de sus necesidades, explorando más allá. Hoy, la fuerza dejó de ser un concepto que le pertenecía a Newton. Hoy, la fuerza es la que ella mueve con sus brazos para moverse en los teatros penquistas, y quién sabe qué escenarios vendrán.