Simón Campusano: “Uno no hace música para ganar premios al año siguiente”

“Un día de sol arruinado a bocinazos, la cordillera tapada por el smog”, enuncia el texto de Julio Saavedra al reverso de Lance, el aplaudido segundo disco de Niños del Cerro. Bajo ese mismo paisaje Simón Campusano (26) llega hasta el parque de Villa Frei en bicicleta.

“Simao” arriba luego de grabar las voces de su disco solista, del que acaba de lanzar el primer single: Brillo. Una canción que reivindica los fracasos desde lo cotidiano. Temática que sigue el sendero de la banda, donde la contradicción aparece en distintas vertientes. Su voz serena y polerón de ropa americana, en cambio, reflejan tranquilidad.

¿Ser escuchado o ser comprendido?

– ¿En qué momento te llamó la atención la música?

– Me puse a tocar guitarra a los diez años y ahí caché que era lo mío. No hay nada que me traiga más satisfacción que esto. Entré a estudiar composición musical en la ARCIS. Luego aproveché el cierre de la universidad para salir y dedicarme solo a tocar con la banda.

No me tinca volver a la U, ya estaba chato. Salir fue lo mejor que me pasó. No tenía otra ambición más allá de hacer mi música. Y creo que es una crisis por la que todo universitario pasa con sus gustos.

 

Siempre tuvo el apoyo de sus padres para ser músico. “Sé que hay una diferencia en como nosotros percibimos el cartón a la generación de mis papás. Mi mamá sentía que su legado era que estudiara, pero es muy distinto entrar en el 2012 a entrar en los ochenta. Ahora quiere que me vaya bien tocando”, comentó mientras luchaba contra una mosca.

El ruido como forma de comunicar lo incomunicable

Flores, labios, dedos, uno de los singles del segundo disco de la banda, incluye el canto de unos pájaros, los que armonizan entre percusiones. En el parque las aves vuelven a ambientar, aunque esta vez entre murmullos juveniles.

–  ¿Cómo sientes que ha sido la recepción de Lance? Varias páginas lo catalogaron como lo mejor de 2018.

– Me alegran los buenos comentarios. No es algo que me quite el sueño, pero sí valoro que escuchen el disco entero. Más cuando estamos en una época de singles y la gente le pone atención a cosas por menos tiempo por el ritmo de vida.

Ahora en el verano creíamos que la íbamos a romper con una gira, pero no fue así. Con los cabros nos dimos cuenta que el trap y la música urbana acaparó todos los espacios y eso está super bien. Tú ves que en Lollapalooza tenían casi un escenario especial para este tipo de música. Además que yo nunca me he identificado con el Lollapalooza, y sí con el Primavera Sound.

– Este año no fueron nominados a los Pulsar, así como otros proyectos que fueron destacados ¿Qué sensaciones te deja?

– Dulce & Agraz y Yorka tuvieron muy buenas reseñas y no salieron nominadas, pero no sé. Todavía no termino de entender la SCD, creí entenderla hace algunos años sobretodo con el 2016 pensé que nos tenían buena, pero de pronto cambió su foco. Pero no nos importa tanto. El Pulsar nos sirvió para aumentar el alcance, pero fue algo anecdótico, casi chistoso. Uno no hace música para ganar premios al año siguiente.

– En Lance vemos muchos contrastes. El color pastel de la carátula con las temáticas, el ruido con el pop o decir contigo me siento menos mal. ¿A qué se debe?

– Se fue haciendo consciente mientras componía. Me apropié de la contradicción para hacerlo evidente. Tiene que ver con lo que me pasaba emocionalmente, al resto de la banda también, y nos hacía sentido. Están los conflictos presentes en Lance y la paleta de colores evoca a intentar resolverlos.

Las temáticas las íbamos conversando. Y eso nos ha servido, de conversar lo que nos pasaba en la sala de ensayo. Desde pequeños arreglos, hasta una canción o el disco entero. Todo ese tipo de cosas nos ayudaba a encaminar de mejor forma. Cuando chico era más de la guata, y ahora nos dedicamos más seriamente a esto, decimos “hagámoslo bien”, y nada pasa por alto, lo que no quiere decir que no hayan espotaneidades.

– Julio Saavedra menciona al folclor “para definir el sonido del indie de los barrios de Latinoamérica”. ¿Cómo lo concibes?

– Cambia como cualquier fenómeno social. Aunque el folclor ha sido mal visto aquí. A los milicos, en dictadura, se les ocurrió decir que la cueca es el baile oficial, y lo limitaron con la estética.

En Perú Wendy Sulca es considerada folclórica, aunque use base electrónica y no suena como lo que tocaban en el campo hace cien años. Lo vemos más como algo en evolución

También está el rollo de la apropiación cultural. Esas barreras no deberían existir, el arte no tiene propiedad privada. Es una mirada súper capitalista. Como Rosalía que canta Flamenco y es catalana, pero da lo mismo eso porque el resultado es muy bueno. Si seguimos ese discurso no podríamos usar guitarra eléctrica, porque no la inventamos nosotros.

Alegría que se sufre, pena que se goza

Según un estudio sueco, el 73% de los músicos independientes de ese país sufre de ansiedad, estrés o depresión. Esto incluso se puede notar en algunas canciones de Niños del Cerro. Los dolores de espalda, la melisa y toronjil para desahogar las penas, o el riesgo de la marihuana como escape.

– ¿Te has sentido en algún momento dentro de ese grupo?

– Claro, y creo que no es solo ese porcentaje. Siento que todo el mundo sufre ese tipo de enfermedades. De hecho, yo estaría más ansioso en una pega de oficina de lunes a viernes. Hace un tiempo hablaba con un amigo que trabaja en la música, pero en el área de gestión. Me decía que le costaba mucho más el trabajo “formal” que siendo freelance, se le hacía mucho más difícil la rutina.

– ¿Crees que se puede vivir de la música?

– Por el momento sí. Hay formas más lucrativas que las que estoy haciendo. Pero no tendría que ver conmigo mismo solo por ganar más plata. Por lo menos hoy quiero vivir haciendo clases de composición grabando discos y tocando en vivo.

¿Para qué voy a querer más plata? Si tuviera un hijo quizás transaría. Que gane más no tendrá más valor que mi tiempo libre. Cuando viejo no me voy a arrepentir de haber despertado un lunes a las once de la mañana, o mover equipos un fin de semana en la madrugada, aunque me gustaría dejar de hacerlo (risas).

Seducir al oyente para negarse a dialogar

Simón mira a un grupo de niños jugando y piensa en lo que lo mueve hoy en día. En la banda Big Thiefs, el último disco de Vampire Weekend, o el saludo que le mandó Felipe Avello por redes sociales.  Recuerda como su sentido del humor lo ha acompañado desde chico, aunque aún espera ver alguno de sus shows en vivo. Cae la tarde y el sol golpea sus últimos rayos en el dinosaurio grabado en su brazo.

– ¿Por qué decidiste tatuártelo? Lo tienes hasta de foto de perfil en instagram.

– Es un parasaurolophus. Para una navidad un tío me regaló tres dinosaurios, donde estaba ese que era el weón más penca. En todo caso me gustaba más que el pterodáctilo o tiranosaurio. Es herbívoro, no te da miedo, de hecho me parece bonito, medio gordito y con un cacho para atrás. De repente un día volvió a mí y decidí tatuármelo.

 

 

 

La paradoja vive en el entorno de Simón, que vuelve a tomar rumbo con su bicicleta. Las antenas disfrazadas de palmeras en su natal La Florida, hablar de penas y dolores en colores pasteles, o la idolatría por Avello sin haberlo visto en vivo. La paradoja parece ser el sendero adecuado, y lo convencional lo amenaza con perder brillo.

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