Gracias por tanto y perdón por tan poco, Mon Laferte

Lo que pasó ayer en la Quinta Vergara fue algo genuino y electrizante. Las lágrimas revistieron la velada y una cantidad inconmensurable de emociones confluyeron por el ambiente. Esta noche sin duda hubo amor del bueno: sincero, fraternal y cómplice.

Hace tiempo no lloraba con la sonrisa ancha de felicidad. Algo me apretó el pecho cuando vi a Mon Laferte resplandeciendo en el escenario. Dicen por ahí que uno siempre vuelve a los lugares donde amó la vida y es esa la sensación que vi en Mon. “Estoy en casa, estoy en Viña del Mar, la ciudad en dónde nací. Está mi familia, mis compañeros de la básica. Gracias” comenta Monserrat con la emoción contenida. Después de tantos años, tantos escenarios, decepciones y alegrías, nuevamente te reencuentras con tu hogar Mon, y esta vez no queremos dejarte ir.

“¡Gaviota, gaviota!” gritaba el público al unísono y totalmente enardecido. Bastó con una sola canción para llenarnos el alma e hincharnos el pecho cuál paloma orgullosa. Nadie quedó indiferente a la entrega de Mon Laferte. No estamos acostumbrados a tanta sinceridad, a conocer el amor por medio de la música. Porque ninguna voz nos había besado, envuelto y acariciado como la de Mon. Por eso dos gaviotas no eran suficientes y tenemos una enorme deuda que saldar.

Mon Laferte, eres lo que Chile no supo querer y ahora se arrepiente. Te sentimos forastera, una extranjera en tu propio país. Te pertenecemos pero tú no a nosotros. Aún así nos disculpas y te mueves así: con raíces pero en libertad, y tus raíces están acá, en esta angosta y larga franja de tierra que te dejó partir sin saber el error que cometía.

Porque superaste el cáncer, la indiferencia de tu patria, los desafíos de establecerse en territorio ajeno haciendo lo que uno ama. Eres una mujer poderosa, deslumbrante. Ningún camino es fácil de atravesar y nadie lo sabe mejor que tú.  Tienes lo que mereces y aún te quedan sorpresas por recibir. Tu voz se alzó sonora, fervorosa y altiva. Nos enamoraste, Mon. Nos encandilamos con tu dulzura y humildad. Gracias por tanto y perdón por tan poco. Lo que tú entregaste fue una lección de vida, sobre cómo perdonar y a la vez retribuir sin pedir nada a cambio.

 

 

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