Leonard Cohen: La muerte del último romántico

En verdadera paz, con todos sus asuntos resueltos se fue el caballero Leonard Cohen, un tipo que logró concretar lo que muy pocos: hacer de su vida un arte por sí mismo, con la elegancia que es un don del más allá.

Pocos artistas han dirigido su carrera de forma tan pareja como lo hizo Cohen. Su inicio en la ruta de la música fue tardío, producto de sus propias inseguridades que lo abrumaban en medio de sus primeros pasos en la literatura (textos que ahora estarán reeditados y serán revalorados por miles. Sin pensarlo, logró conquistar la fama con su primer disco, aunque intentó lo posible para evitar que las garras de la industria lo atraparan.

“Era un buen tipo, lleno de buenas intenciones. Su obsesión era armar estrategias, a menudo temerarias, para vencer una fuerte depresión. A pesar de las advertencias de su madre, tenía tendencia a confiar en todo el mundo”. (Definición de sí mismo, para Los Inrockuptibles, noviembre 2016).

De este modo, Cohen fue entregando trozos de su vida en canciones que veían la luz sólo cuando sus propias emociones le dejaban cantar. Sin estímulos no había canciones. De paso, se peleó con cuanto productor y arreglador se topara en su camino al tratar de ejecutar la visión que quería. Así  logró generar una discografía tan disímil que va de los exquisitos arreglos de cuerdas de sus primeros álbumes, hasta la locura misma del subvalorado “Death of a Ladies’ Man” (producido por Phil Spector), y la apuesta de llenar con sintetizadores y secuencias cutres sobre canciones perfectas en “I’m Your Man”, uno de los pocos trabajos en el que la voz madura de un artista consolidado no suena a una radical decadencia al unirse a las tecnologías, algo que no pudieron sortear los Stones, Paul McCartney, Neil Young y… Bob Dylan.

Este último personaje suele ser nombrado cada vez que se refiere a la trayectoria de Cohen. Sus carreras tienen puntos en común, desde sus orígenes judíos y un amplio interés en las religiones, hasta cualidades de sus bohemias personalidades y sus facetas de trovador. Pero, a diferencia de la universalidad compositiva del viejo Zimmerman, el canadiense fue un tipo que supo cantarle al interior del ser, a la desgracia humana en todas sus variantes, además de las inquietudes e inseguridades naturales de los que deben convivir en un mundo que se cae a pedazos, aunque con picos de esperanza. Esto, especialmente en el amor, donde Cohen se alza como una persona que disfruta de igual manera la pasión máxima del romance, como el inevitable sufrimiento cuando las cosas no salen nada bien.

Y vaya que sabía que esto no era una enfermedad personal, sino que algo que era compartido por miles.

“Creo que las historias que narro son para todos. Intento buscar territorios comunes. No hay un saber particular, todo está hecho con un poco de cada cosa”. Los Inrockuptibles, septiembre 2007.

Finalmente, al igual que Dylan, aunque siempre tuvo sus pasados y presentes bien compartidos, se lanzó a la carretera más que nunca en sus últimos años, para compartir su legado antes que fuera tarde. Conforme con todo lo hecho y realizado en su vida artística, agregó otros títulos de igual carácter como “Old Ideas” y “Popular Problems”, y se dedicó a disfrutar de las giras, lanzando continuamente registros de estos shows en CD y DVD (editando hasta cuatro discos de conciertos en menos de 10 años).

Con la satisfacción de ver su vida resuelta, además de una serie de homenajes recibidos, Cohen se despidió de la vida terrenal de manera tan poética como su propia historia. En el camino, su amada Marianne (la que inspiró la bella “So long, Marianne”) falleció a mediados de este año, hecho que lo conmovió y le dedicó palabras tan dulces como las que había escrito más de 40 años antes.

“Marianne, llegó el tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Sabes que estoy tan cerca de ti que si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía. Ya sabes que siempre te amé por tu belleza y tu sabiduría, no necesito más sobre eso ya que lo sabes todo. Ahora, solo quiero desearte un muy buen viaje. Adios, vieja amiga. Mi amor eterno, nos volveremos a ver”.

Mientras esa dulce carta circulaba en el mundo, Cohen dio forma a su epitafio: “You Want It Darker, álbum en el que se entrega en cuerpo y alma al más allá, con algo de resignación y contemplación sobre atmósferas soul. Y así, disfrutando de una vida reposada con café y su gato acompañando sus días, Leonard a sus 82 años se despidió del mundo, cuyas razones médicas aún se desconocen. Pero qué importa: la vida está más allá de lo que dice el cuerpo, especialmente para quienes tuvieron varias vidas en su andar.

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